Camino PRIMITIVO 8ª jornada

A Fonsagrada – Castroverde

No era lo previsto. No lo tenía pintado así, pero… recurriendo a esa frase tan manida por mi, pero que me encanta y se adapta a la perfección… El Camino es como la vida… no siempre es como se prevé, planifica o imagina…

Salía a las 06:56 del albergue de peregrinos municipal de A Fonsagtada. Lo hacía acompañando a Antonio, el gaditano de sesenta y nueve “palos”,  a Javi, el vigués con el que ya he compartido tramos y jornadas en este Primitivo, y Anna, la chinita adoptada que resulto ser de Laos, casada y residente en Barcelona, que dirían para presentarla en el “un, dos, tres…”, para los que ya tenemos una edad.

La calle nos recibía solitaria… fresca pero no fría, sin lluvia ni viento, pero con una niebla que no se veía ni a jurar… Me hacía la foto para enviar a la familia anunciando mi partida y les seguía, dirigiendo nuestros primeros pasos al Café Demetrio, a escasos cien metros del albergue. Era el primer local que abría por la mañana, a las siete, y además de ser la opción de desayuno caliente para quien lo requiera, también es el lugar donde depositar las mochilas, aquellos que recurran a esta opción e ir más ligeros… 

Con puntualidad británica abría desde dentro la puerta del establecimiento y pasábamos al interior para, unos desayunar y dejar sus mochilas, y otros, como era mi caso, rectificar sobre la marcha el vestuario elegido en el albergue, antes de tomarme el café cortado que acababa de pedir…

Ayer, cuando llegamos Antonio y yo a las puertas del albergue, aun faltaban más de cuarenta minutos para que abriesen… dejamos las mochilas en la puerta, a modo de confirmación de turno de llegada, y nos cobijamos en el pórtico de la iglesia de Santa Maria, frente al albergue. Cobijo que en mi caso fue insuficiente para evitar quedarme frío… venía empapado por fuera dela lluvia, y por dentro de la panzada a sudar que me había pegado a lo largo de la jornada,  y de manera especial en la última subida… nada grave, pero anoche, cuando me desperté por primera vez a las 02:37 pude comprobar que esos “moquetes” que tenía, eran lo mínimo que podía tener después de haberme quedado casi “pajarito” esperando la entrada en el albergue… opté por tomarme un Paracetamol y visualice como debía salir hoy a caminar, preparado especialmente para la lluvia intentando evitar que el resfriado me fuese a más…

Al salir del albergue y comprobar la temperatura, la falta de viento y la niebla… solo quedaba pensar que quizá me había equivocado al elegir vestuario… había optado por una térmica más mi neopreno y el pantalón de agua…

En el bar donde tomaba el cortado, abrí la mochila sin dudarlo, me cambie de camiseta térmica eligiendo una opción intermedia, recuperando el terrex y desechando el neopreno, guardándolo en la mochila, a mano dejaba el cortavientos chubasquero que había utilizado ayer. Lo único que no me cambiaba, a un sabiendo que me iba a sobrar, era el pantalón de agua, este que aísla del agua, con tejido térmico por dentro y que presuponía me iba a dejar “las cosas” no pasas por agua pero si bien cocidas…

Pocos minutos después emprendíamos Camino los cuatro, Anna, Antonio, Javi y yo… Anna y Javi con la pequeña mochila de travesía, habían dejado la grande para que se la portasen hasta Castroverde, Antonio y yo, portando la nuestra…

La niebla era densa y meona. Nos valíamos de las linternas de haz estrecho y largo alcance para localizar las señales que confirmasen la dirección o el sendero a seguir. En los tramos de carretera, era yo quien les dejaba pasar y me quedaba de cierre para lucir el visible intermitente rojo, que llevo en la mochila, además, cuando escuchaba algún choche venir por la espalda, giraba la linterna de mano y la ponía en ráfaga para garantizar ser vistos a distancia… por suerte no hemos tardado en abandonar la carretera para tomar una pista forestal, posiblemente bajo un pinar, que podíamos intuir pero no ver, por mucho que abriéramos el haz de luz de las linternas… 

Hoy hemos caminado sin ver amanecer, y sin ver casi claridad hasta bien pasadas las ocho… momento en el que apagaba el frontal de la gorra ya que deslumbraba e impedía ver a media distancia por la niebla cerrada, curiosamente se veía mejor sin luz, solo con la claridad que el nuevo día filtraba tras la niebla.

La jornada era de montaña rusa, lo habitual en el Primitivo, sudábamos en las subidas, nos dejábamos caer, casi al trote, alguno incluso corriendo en las bajadas… Anna y Javi en las primeras bajadas se animaban a correr, sin tapujos, alegando que las bajadas eran su fuerte y compensaban el castigo de las subidas.

Aproximadamente en el kilometro doce, alcanzábamos Paradavella, un punto en el que, aprovechando que había un bar abierto, consideraban era el lugar y momento idóneo para hacer una parada “bella”, por lo del lugar, para descansar un poco y almorzar algo… yo prefería continuar, dejándoles a ellos a su ritmo y yo manteniendo el mío.

La idea inicial hoy era hacer la jornada según se pinta en el recorrido “oficial”, es decir, A Fonsagrada – O Cádavo, de poco más de veinticuatro kilómetros, para mañana afrontar la jornada más larga de este Camino, O Cádavo – Lugo, de veintinueve kilómetros y medio… pero sobre la marcha, sabiendo que Anna, Antonio y Javi iban a tirar más allá, a Castroverde, donde habían “enviado” las mochilas dos de ellos, sopese ampliar la jornada y según como me encontrase fisicamente y dependiendo de la meteorología, optaría por parar como tenía previsto en O Cádavo o alargaría la jornada para llegar a Castroverde.

Desde que deje a mis tres compañeros en Paradavella he caminado en solitario, forzando para encontrar mi ritmo en las subidas y buscando el más cómodo en las bajadas… parando para hacer alguna foto donde creía poder tener buen tiro y buena luz, dando un pequeño trago de agua cuando creía necesitarlo… me he oido regulando pensando en afrontar la ampliación de la jornada, siendo consciente de que, para mi, desde hace unos años, pasar de la distancia de treinta, me cuesta y supone sufrir más de la cuenta… pero iba bien y, sobretodo, el día acompañaba… nubes y claros, algún tramo de niebla o brisa suave, pero nada de agua, incluso alguna aparición estelar del sol, justo en alguna de las paredes que hoy tocaba subir… 

Al acabar de trepar por la subida a A Lastra, veía un bar abierto junto a la carretera. Aunque aún faltaban siete kilómetros para llegar a A Cádavo, me sentía con fuerzas y decidía llenar la botella de agua para, si finalmente, optaba por llegar a Castroverde hacerlo con garantías de tener agua suficiente y no tener que buscar desesperadamente agua… con la que me quedaba en ese momento sabia que no iba a tener suficiente.

La idea fue comprar una botella de agua grande, pero eso me suponía cargar con más de la que necesitaba y tener que quitarme la mochila para guardar la botella que me hubiese sobrado tras rellenar mi botella de mano, la que llevo colgada… Tengo una máxima en el Camino… la mochila y las zapatillas, salvo extrema necesidad, no quitármelas durante toda la jornada… el esfuerzo que supone volver a calzarte y/o cargar con la mochila después de haber liberado los hombros y la cadera… solo en caso de “necesaria necesidad”. Por lo que, cuando la amable, ante mi titubeo de si coger una de litro y medio o una pequeña, me dijo… “¿prefieres que te la rellene del grifo?” Vi el cielo abierto por no tener que cargar con más de lo necesario ni tener que quitarme la mochila un momento para guardar lo que sobraba… me relleno la botella, le deje sesenta céntimo que llevaba sueltos en el monedero de tacón, algo que ella no quería aceptar, pero que finalmente hizo tras un “por favor, que menos”, por mi parte.

Desde ese punto, sabiendo que me restaban unos siete kilómetros hasta O Cádavo y otros ocho más hasta Castroverde, he jugado mentalmente a obviar distancias y disfrutar del entorno para no sentir ni el creciente protagonismo que la mochila iba a reclamar, ni el sol cuando pegaba, así como esa “pájara” que siempre me visita cuando rondo los treinta kilómetros y mis ganas de llegar…

A las 12:10 llegaba al albergue de O Cádavo, a la entrada del pueblo, junto al Camino y, mirándolo con cierta querencia, renunciaba a la tentación, apretaba dientes, piernas y bordón para seguir Camino hasta llegar al nuevo destino de hoy, Castorverde el cual alcanzaba a las 13:33, momento en el que me hacía la foto de llegada y enviaba a los míos… satisfecho por lo que para mi es una nueva gesta… cada vez me cuesta más pasar de los treinta, y hoy finalmente han sido algo más de treinta y tres… y haberlo hecho al ritmo que lo había hecho y habiendo llegado en las condiciones que he llegado… habiendo ganado, además, “tiempo al tiempo” ya que mañana, Lugo está más cerca, ya no son los treinta previsto sino solo 21,7 Km. Además, hoy no llovía, mañana puede que si lo haga y treinta con agua son siempre peor que veintidós… 

Pero eso, eso será ya mañana, porque mañana… mañana más!

#BuenCamino