Camino PRIMITIVO 2ª jornada
Podría decir que ha sido una jornada similar a la anterior, pero….
Este segundo día del Primitivo, aun teniendo muchas cosas en común con el día de ayer, al igual que con otros caminados y disfrutados por distintos senderos, en tramos del francés, portugués, inglés o del de invierno especialmente en terreno gallego FALTA LA ADVERSATIVA DE “AUNQUE”. Hoy ha sido una jornada muy diferente a todas los demás porque se ha producido algo extraordinario para mí… siempre hay una primera vez para todo y hoy lo ha sido, y ahora a toro pasado tengo que admitir que tiene su lado positivo, interesante y enriquecedor, pero también tiene su precio… y aún no siendo tangible, no sé si me merecerá la pena volver a repetir…
La pasada noche, la segunda de este Camino, ha mejorado con creces la experiencia del descanso respecto a la primera noche. Sin poder ni deber ser calificable como algo onírico, si puedo decir que he dormido plácidamente, y del tirón, desde pasadas las diez y media de la noche, hasta horas intempestivas en mi entorno del Camino, y más habituales mi vida habitual, ya que retomaba la conciencia y reubicaba de donde estaba pocos minutos antes de las tres y media… he dormido y descansado sin interferencias casi cinco “horazas”, como un bebe!
Desde ese momento, las cabezadas se han sucedido de manera intermitente, ajenas a la hora que marcase el reloj en cada despertar… solo cuando mi vejiga presionaba casi tanto como la impaciencia he mirado el reloj. Eran las 05:37. Una hora fantástica. La mejor para echar un vistazo al móvil para comprobar si había algún mensaje familiar, o muy allegado, al tiempo que le demostraba a mi vejiga quien manda y un par de minutos antes de las seis, echar pies al suelo para recuperar la vertical y no retomar la horizontal hasta esta noche.
Lo de siempre… con movimientos silenciosos y la ayuda de la luz frontal de la gorra, para hacer el menor ruido posible y coger lo necesario para la ducha (pareo y neceser) además del teléfono, que aunque obviamente no lo iba a utilizar a esas horas, se ha convertido inequívocamente en el objeto de mayor valor y más preciado, por encima de la cartera con el dinero y la documentación, cuando uno está fuera de casa (o simplemente sale de su habitación en casa).
Anoche, compartí albergue y habitación única con otras quince personas, dos de ellas fijas en el lugar, las hospitaleras, que no sabían hablar español pero ponían mucho empeño en hacerse entender. Una canadiense y la otra holandesa. Encantadoras las dos… perfectamente podrían haber pasado por dos de las protagonistas de ¨Las chicas de Oro”… Blanche y Dorothy, sin ser ellas pero en versión albergue modesto…
Cuando estaba bajo el agua de la ducha he empezado a sentir movimiento en los baños. Cuando he terminado de secarme y he vuelto a la litera para coger la ropa, vestirme y empezar a recoger, la actividad en las camaretas era evidente, muchos de los peregrinos, ayudados de alguna iluminación tenue, empezaban los preparativos para hacer mismo… aseo y preparativos para la partida.
Antes de las seis y media estaba en la planta baja, con la mochila preparada y solo a falta del protocolo diario de vaselina antes de calzarme (las zapatillas se dejan en unos estantes destinados a tal fin en una zona común), guardar la chanclas, estirar y movilizar un poco piernas, espalda y hombros, esto último lo más resentido en estos dos primeros días, y después tomar un café de puchero, cortado, preparado con mucho más cariño del que lo hubieran hecho las autenticas Dorothy y Blanche.
A las siete menos un minuto me hacía la foto a la puerta del albergue, la enviaba a los míos y comenzaba esta segunda jornada.
Aún era noche cerrada, muy oscura, delante de mi habían salido “el sevillano”, “el carbayón” y las que no he bautizado como Anna la “chinita adoptada” y la señora asiática. En la bajada me cruzaba con Anna que subía a recuperar los palos que había dejado olvidados en el cubo del albergue donde los depositamos al llegar, unos metros más allá, en la acera de la carretera, la esperaban “el carbayón” y “la señora asiática”, nos despedíamos nuevamente deseándonos buen camino y los dejaba atrás para seguir por la travesía desierta de coches y almas, un poco más adelante, antes de salir del pueblo, aún bajo la luz de las farolas de Grado, veía “al sevillano” consultando aparentemente en el móvil el itinerario. Lo saludaba y seguía mi Camino. Cuando, habiendo pasado el surtidor de gasolina, giraba a la izquierda por una calle que evidenciaba me iba a depositar repentinamente fuera del haz de luz del alumbrado público, recurría a la linterna y encendía los led que llevo bajo la gorra, muy útil cuando es noche cerrada y se camina por terreno irregular y desconocido, ayuda a evitar posibles traspiés o pisar donde no se debe. A la linterna solo recurro de manera puntual cuando llego a un cruce para localizar alguna señal que me confirme cual es la dirección a seguir.
La temperatura a esas horas era como la de ayer, muy agradable, unos 15º, con cierta humedad y sensación de fresquito gracias al tímido viento que se movía. Enseguida el perfil picaba hacia arriba constatando lo que hay leído, “comienzo duro, ascendente”. La fuerte rampa asfaltada invitaba a abrir la cremallera de la chaqueta. A los pocos minutos el esfuerzo se transformaba en sudor. Por contra el silencio y la calma de la noche, junto con las vistas a mi espalda ,a lo lejos, de las luces salpicando Grado, eran un espectáculo que seguramente a penas es conocido y apreciado por sus habitantes y muy posiblemente tampoco por los peregrinos, ya que hay que girar la cabeza casi 180º y mirar hacia la izquierda, algo que no surge de manera natural y que yo he descubierto cuando me giraba para intentar averiguar si me seguían los puntuales compañeros de fatiga en la distancias… no los he visto, pero he descubierto Grado, de noche, desde un punto de vista inusual, que bien ha merecido la pena.
Cuando llevaba caminando aproximadamente tres cuartos de hora, la negrura de la noche se aflojaba y dejaba de ser necesario la luz frontal de la gorra, ya se veía más o menos por donde pisaba y solo seguía alumbrando con la linterna donde había una opción alternativa a continuar de frente por el sendero que llevaba.
Aproximadamente a las ocho menos diez comenzaba el espectáculo. A mi izquierda se intuía el alba, el amanecer. Los primeros tonos cálidos se fundían con los azules. Los rojos anaranjados, o naranjas enrojecidos, aparecía por el horizonte, marcando el perfil montañoso y aunque me esforzaba para intentar atrapar la belleza del momento en fotografía, la realidad superaba con mucho lo que mi móvil recogía; además, no es solo cuestión de vista… el silencio que me había acompañado desaparecía progresiva y sutilmente por distintos cantares, bien definimos y por separado… mirlos, petirrojos, gallos, mastines, cencerros de vacas que comenzaban a desperezarse… la oscura noche daba paso al despejado día y el silencio a sonido de la naturaleza en estos ambientes. Un lujo del que me he vuelto a adueñar en exclusiva y que solo puedo intentar trasladar con palabras intentando compartir semejante disfrute.
Hoy ha vuelto a ser una delicia de jornada para la vista… Parajes solitarios, paisajes y perfiles montañosos a media y larga distancia. Senderos, cauces de rios y riachuelos. Los verdes prados sobre las laderas de las montañas, pastados por hermosas y suculentas vacas rubias. Multitud de tramos en paralelo al fluir de las aguas, con espesa vegetación.. helechos, castaños, hayas, abedules, robles, tejos y alcornoques… una maravilla solo rota por la inevitable y necesaria actuación del hombre para la construcción de infraestructuras que faciliten y aporten seguridad en los desplazamientos por carretera… la construcción de autovías enriquece y aporta positivamente a las personas, pero empobreciendo y degradando el entorno, algo de lo que, como es lógico, solo tomo conciencia cuando me pongo en modo peregrino.
Antes de las nueve de la mañana, cuando me paraba a hacer alguna foto del sendero sobre terreno boscoso, con el discurrir del agua a mi derecha, me daba alcance un peregrino que venía solo. Nos saludábamos y al verme hacer fotografías se paraba para no salir en plano. Le pedia por favor que continuase, que si no le importaba iba a fotografiarlo de manera anónima, “a traición”, por la espalda… como hacían otros antes, disparando, pero no fotos… (todo esto es cosecha propia vomitada solo en el escrito). El sonreía, accedía y caminaba mientras yo hacía un par de fotos a modo de falso robado. Inmediatamente después seguía caminando y me ponía en paralelo, el me decía, no sé si preguntando o afirmando, que hoy lo peor ya lo habíamos pasado, mientras aludía a la ultima bajada que habíamos dejado atrás hacia pocos minutos. Yo simplemente le comentaba que, por suerte, el firme había sido muy agradable y llevadero, de azorra fina, que no conlleva ningún peligro de caída, tropiezo o torcedura, como cuando es piedra compacta, suelta, roca o canto rodado…
Al poco, el sendero se estrechaba impidiendo ir en paralelo, obligaba a ir en fila. Le cedía el paso dejándolo tirar mientras seguía sus pasos. El Camino, o el sendero, según se prefiera, me obligaba puntualmente a ir tras los pasos de aquel desconocido peregrino, al ritmo que el marcaba e intercambiando conversación.
He de reconocer que en principio me he sentido extraño. Iba caminando y conversando con un tipo que no conocía de nada. Pero no me sentía incomodo. No era mi ritmo, era un poco más lento que el optimo para mi, pero a medida que se ahondaba la conversación me adaptaba al más a su paso y me pesaba menos su ritmo. La conversación que inicialmente era solo formal e intrascendente, fue tomando matices más interesantes, enriquecedores… con pinceladas y referencia a la historia, tanto del Camino como de España. Con aportaciones de experiencias personales vividas en otros Caminos; para él este es su sexto, cuarto en solitario, los otros dos los hizo con su mujer. Alusión muy por encima al entorno laboral de cada uno. Me comentó como ha llegado a este Camino, en coche hasta Lugo, donde lo dejo para allí coger un BlaBlaCar que le llevo hasta Oviedo, donde llego el viernes para comenzar a andar desde ayer. El día que llegue a Lugo recogerá su coche y volverá a Vigo, donde vive.
Hemos hablado, muy por encima, pero por desgracia, hasta de la situación política que estamos viviendo en España… llegando a la conclusión de que, por mucho que algunos piensen que es algo nuevo, verdaderamente no lo es. Cambian los tiempos y los actores… pero no deja de ser lo mismo que ya se ha vivido en España. Parece mentira, no hemos aprendido nada, o algunos se empeñan en borrar nuestra historia más reciente… hemos optado por dejar la política a un lado cuando hemos sido conscientes de la impotencia y frustración que produce sentirse inútiles, sin capacidad de acción… por mucho que creamos que siempre algo se puede hacer.
Han sido aproximadamente tres kilómetros los que he caminado junto a Javi, un buen hombre que, como yo, necesita refugiarse, aislarse cada cierto tiempo en el Camino, sin importar mucho cual sea o que tramo haga, para poder dar y poner en valor cada cosa y situación, en su justa medida, no como nadie, sociedad o sistema, trate de imponer.
Cuando alcanzábamos la entrada a Cornellana, Javi proponía hacer un alto para tomar un café, decía necesitarlo pues había desayunado solo un cola-cao bebido en su albergue, yo desestimaba la propuesta pues no necesitaba tomar nada, ni quería parar o perder el ritmo, más bien recuperarlo… nos despedíamos con un apretón de manos después de haber compartido durante un buen rato una conversación que me ha resultado agradable, reveladora, enriquecedora, constructiva, positiva… pero….
Siempre tiene que haber, o tengo que encontrar un pero…
Como decía al principio, “siempre hay una primera vez para todo y hoy lo ha sido, y ahora a toro pasado tengo que admitir que tiene su lado positivo, interesante y enriquecedor, pero también tiene su precio… y aún no siendo tangible, no sé si me merecerá la pena volver a repetir…”
Me explico. A mi el Camino me enamora como es. Me encanta mirarlo, observar, admirar hasta el más pequeño detalle… en muchas ocasiones presumo orgulloso de tener memoria fotográfica… En el Camino, me encanta caminar fotografiando mentalmente cada vista, paisaje, detalle, lo considero mi patrimonio intangible más valioso… a veces pienso que cuando ya no pueda caminar, si la salud respeta mi memoria, podré volver a recorrer cada Camino recuperando ese álbum fotográfico que he ido acumulando en cada uno de ellos… y seguro que así será! Salvo el tramo que he hoy he compartido con Javi… ese tramo, aunque solo hayan sido unos tres kilómetros, han pasado desapercibidos para mi… iba tan absorto en la conversación, que llevaba el piloto automático, hasta el punto de desviarnos cien metros al paso por un merendero, donde hemos dado por hecho que el Camino era hacia el río, por ir hablando, hasta que he reparado en que estábamos girando sin sentido hacia la derecha, en bucle, cuando lo normal hubiese sido cruzar el río por el puente que se veía al frente y al que nos hubiese llegado si hubiéramos seguido de frente por la carretera. Además no había indicación alguna que enviase a seguir por aquella vereda. Hemos dado la vuelta y recuperado el Camino y la dirección correcta.
Por concluir… Cada uno viene al Camino a lo que viene. Unos lo hacen de manera espiritual, otros lo hacen por senderismo, otros para encontrase a si mismo, hay hasta quien viene para conocer a gente… cada uno que venga a lo que quiera, yo, sin pretender ser descortés, huraño, ermitaño o simplemente intratable, al Camino vengo a caminar, a disfrutar del entorno, a relajarme, cargarme de energía positiva y a plasmar parte de mis pensamientos en estos escritos, por si algún día ya no puedo caminar y me sirven de ayuda para echar mano de mis vivencias en el Camino si me fallase esta memoria fotográfica de la que hoy todavía presumo.
Desde aquí, Salas, hasta su destino, Lugo, volveremos a coincidir, seguro. Lo que no estoy tan seguro es que compartamos tanto Camino como hoy. Pero eso ya se verá, eso será como pronto mañana, porque mañana… mañana más.
#BuenCamino