Camino PRIMITIVO 1ª jornada
Oviedo – Grado
Como cada año, la noche previa al comienzo, fue un duermevela…
Ayer finalmente llegue a la estación de Oviedo con algo de retraso, lo que provocó que llegase al albergue de peregrinos de Oviedo a las 20:20. Mientras hacia el registro de entrada, el enjuto hospitalero me informaba que la hora de cierre de puertas era las 21:00, ya que estaba vigente el horario de invierno. Por lo que tenía poco más de treinta minutos para dejar las cosas en la litera y acercarme a un bar cercano a tomar algo de cena, lo último que había comido había sido a media mañana, un par de tostadas de pan de centeno con guacamole, aceite y huevo revuelto, y no me apetecía lo de no cenar, después de no haber comido nada. Dejé mochila y bordón junto a la litera y salí pitando para llegar al bar que me había indicado el parco recepcionista.
Estaba a escasos cinco minutos del albergue. Pedí una cerveza y una hamburguesa para llevar y me volví echando leches al albergue. Me sobraron seis minutos y algo de estrés, me faltaron otra cerveza y un algo de sosiego… pero me quedo con lo positivo, esta vez, el día previo al inicio del Camino, al menos pude cenar algo, aunque fuese una hamburguesa poco saludable y menos apetecible… el año pasado me pasó algo parecido en Ponferrada y el resultado fue ayuno de veinticuatro horas, o sea que al fin y al cabo, tuve suerte.
Antes de cenar en la zona común del albergue; una sala “multiusos” que, lo mismo sirve para cenar como para leer, conversar o colgar algo de ropa húmeda… fui a la habitación a preparar la cama antes de que se apagase la luz. El silencio estaba anunciado para las 21:30 en carteles estratégicamente situados en diversas paredes del albergue. Tras colocar sábana y almohadón de un solo uso y extender el saco de dormir sobre el colchón, además controlar tema de enchufes y dejar preparado el cargador para móvil, ya más cómodo y tranquilo, me fui a dar buena cuenta de la improvisada cena mientras publicaba el prólogo de este Camino, escrito durante el viaje en bus.
A las 22:34, después de haber cumplido con las necesidades oportunas, buscaba la horizontal sobre el colchón de la cama inferior de la litera central, y me metía en el saco dispuesto a dormir pronto y despertar tarde. A ambos lados, también en las camas inferiores, descansaban ya, aparentemente dormidos, mis dos compañeros de habitación, un caminante alicantino que rondaba los sesenta y un bicigrino de procedencia desconocida que bien podría ser su quinto.
No tarde en coger el sueño, pero tampoco en soltarlo. La noche, desde poco antes de la una y media que miré por primera vez el reloj, hasta pasadas las cinco que me he levantado al baño, ha sido un continuo dormir y despertar. Cuando me he levantado he pensado en ducharme y arrancar cuanto antes, pero he sido sensato y, aprovechando que mi compañero bicigrino respiraba silencioso en ese momento, me he vuelto a encamar hasta las seis y media, momento en el que me he levantado para buscar la ducha y dispuesto aviarme para, una vez que tuviera todo guardado y los pesos bien repartidos en la mochila, empezar a caminar.
A las 07:16 me hacía la foto a las puertas de albergue, la enviaba al grupo familiar y comenzaba a caminar en dirección a la Catedral de San Salvador. Aún era noche cerrada. La temperatura era agradable, el teléfono marcaba 15º, el paseo en solitario, rodeando primero el Seminario, bajando después por la escalinata y posteriormente caminando por las calles hasta llegar frente a la Catedral ha sido en completo silencio, no se oía ni veía un alma. Solo al llegar frente a San Salvador el ruido de una pequeña máquina de limpieza municipal y el alboroto de una docena de jovenes deambulando, con voces elevadas y pasos desafiando o buscando el equilibrio, rompían la magia de los primeros minutos y de la estampa que tenía frente a mí, la Catedral de Oviedo y una lona frente a su fachada principal que rezaba “OVIEDO, ORIGEN DEL CAMINO”.
Para asegúrame de la dirección que tenia que tomar en ese punto de inicio, sin tener que estar pendiente del móvil, me acercaba a preguntarle al operario de limpieza, quien con mucha simpatía y amabilidad, eso que frecuentemente uno echa tanto de menos cuando se dirige a un funcionario de eso que están sentados, con climatización, no tienen que llevar uniforme y su herramienta no es un cepillo, un recogedor o una manguera, si no un teclado y un monitor… El buen hombre me dabas las indicaciones claras y precisas para que no tuviese perdida, tomando como próxima referencia la estación de tren de Oviedo, donde he llegado perfectamente sin perdida en poco más de diez minutos.
Aprovechando una cafetería abierta frente a la estación, entraba para tomar un cortado con leche fría (como a mi me gusta) y confirmaba con el camarero las indicaciones que me habían dado anteriormente. Antes de que me sirvieran el café, una pareja de jovenes peregrinos, foráneos, salían de la cafetería después de haber desayunado. En poco más de cinco minutos hacía lo propio y volvía a caminar siguiendo las indicaciones pero sin tener a la vista a la pareja que me precedía.
Salir de una gran población es siempre tedioso y requiere máxima atención para localizar cualquier indicativo/símbolo que evite una confusión que nos lleve por calles equivocadas y provoque tener que desandar hasta localizar y tomar el Camino correcto. Es decir, salir de Oviedo también ha sido feo y algo estresante. Es verdad que hay “señales”, pero menos de las que serían de agradecer, sobre todo en el centro de la ciudad.
Una hora después de haber salido del albergue ya había amanecido y ya caminaba con certeza, relajado y entregado a disfrutar de la primera jornada. Cuando transitaba por el último barrio residencial daba alcance a un par de pequeños grupos de peregrinos, uno de cuatro, aparentemente dos matrimonios, y otro de tres, un poco más adelante a un par de peregrinos que iban por separado, y otros dos que iban juntos, era los que había visto salir de la cafetería frente a la estación. Podría haber asegurado que ninguno de todos los que hasta el momento había alcanzado era español. A lo largo de la jornada he dado alcance a media docena más de peregrinos, solo con un par de ellos compartía nacionalidad, el resto, salvo uno, no sabría decir su procedencia.
Cuando llevaba ya casi dos tercios de la jornada, en una subida sobre asfalto, he coincidido con un joven peregrino que caminaba con un ritmo inusualmente tranquilo. Según le daba alcance, y como me ha llamado especialmente la atención, al ponerme en paralelo y saludarlo con un “¡buen día!, ¡buen camino!”, he acompasado mi ritmo al suyo, él me ha respondido con un “buen camino” y en un tono suave, pausado, con un español afrancesado, me ha preguntado si había empezado hoy en Oviedo, le he dicho que sí que era mi primera jornada, “¿tú?” Le he interrogado… “No! Vengo desde el norte de Francia…”
Hemos ido en paralelo poco más de tres minutos. Una pena porque la conversación era muy interesante pero el ritmo impropio para mi, sobre todo por ser en rampa, sobre asfalto y al sol…
Me ha dicho que llevaba unos mil setecientos kilómetros, algo más de dos meses, entró por Irún para tomar el Camino del Norte. ¡Admirable! Cuando le he preguntado si iba a hacer noche en Grado, su respuesta ha sido que no lo sabía, que según la hora a la que llegase y como fuera de fuerzas… Supongo que cuando llevas más de dos meses caminando, con más de mil setecientos kilómetros en tu cuerpo, lo de la planificación y las distancias debe pasar a un segundo o tercer plano, seguro que prima escuchar a tu cuerpo y los distintos factores que puedan influir… orografía, temperatura, climatología… solo a título informativo; si no se hace noche en Grado, la siguiente opción con todos lo servicios está a ocho kilómetros , pero claro, que son ocho cuando se llevan mil setecientos…
La jornada de hoy ha sido como la esperaba, llevadera, preciosa, moderadamente concurrida, rompe piernas y excesivamente calurosa.
Llevadera porque la distancia era idónea para ser la primera. Según me ha marcado el reloj, el cual he conectado tras la foto en la puerta del albergue de Oviedo y lo he parado al llegar a la puerta del albergue de Grado, la distancia registrada ha sido de 27,55 Km. Reconozco que ha habido un momento, media mañana, en el que me he planteado la posibilidad de alargar la jornada de hoy ya que iba a llegar al destino planeado antes de la una del medio día y suponía que, quizá, el albergue no estaría aún abierto, como así ha sido, la hora de apertura está marcada a las 15:00. Sin duda, he hecho lo correcto. Cada vez tengo más claro que el reparto de distancias fijadas como “jornadas” (o etapas), son las correctas teniendo en cuenta sobre todo la orografía y lo que queda por delante. Claro que se puede extender, pero quizá se asuman posibles riesgos ante posibles sobrecargas y/o lesiones innecesarias por el sobre esfuerzo. Dicho lo cual, cada uno que escuche a su cuerpo.
Preciosa. No me atrevo a decir “preciosísima” para no quedarme sin adjetivos ante las próximas jornadas. Según he podido leer hay alguna que puede ser espectacular y creo que me puede gustar incluso más que la de hoy. Pero que me quiten lo bailao! Ha habido veces que he dicho en voz alta, “que bonito, por favor”. Mucho más bonito de lo que una cámara de fotos de un móvil súper-híper-mega-guay puede recoger en mi manos. Una pena que las fotos no hagan justicia.
Moderadamente concurrida porque me he encontrado con al rededor de una veintena de peregrinos y varios bicigrinos, pero en ningún momento he tenido esa sensación de romería, algo que si he tenido en otros Caminos, y en algunos tramos en particular. Me gusta caminar solo, pero es cierto que coincidir durante la jornada con algún peregrino proporciona cierta referencia y da una supuesta tranquilidad, al menos a los que me acompañan desde casa.
Rompe piernas. Ha sido un continuo subir y bajar. Es verdad que salvo una larga y exigente rampa que he superado poco antes de las diez de la mañana, el resto han sido muy cortas, tanto las subidas como las bajadas, pero muchas de ellas con importante porcentaje de desnivel y sobre un firme variopinto… asfalto, piedra suelta, calzada romana, tierra, hoja caduca y frutos maduros… lo que viene siendo un “de todo un poco”.
Y calor. Mucho calor. En las primeras horas de la mañana, aunque la temperatura era más elevada de lo habitual en esta zona y época, la sensación era agradable, incluso en las primeras horas de sol, cuando este aún es plano. Pero cuando ha ganado altura, hasta en las zonas sombrías y bajo la niebla, la sensación de calor húmedo era muy notable. Espero que la cosa se modere, sobre todo de cara a las jornadas de montaña, donde no hay posibilidad de guarecerse del sol, pero claro, tampoco del viento o de la lluvia…
En fin, que haga como tenga que hacer, si hace calor pues me hidrataré y sudaré, y si llueve me protegeré y me mojaré. Lo importante es que me acompañen estas buenas sensaciones del primer día, sin lesiones ni dolencias, solo con alguna molestia propia de la falta de costumbre en llevar la pesada mochila, que seguro desaparecerá o se me olvidará con el paso de los días, y eso si, cargado de deseo, ilusión, alegría y curiosidad para emprender el Camino en una nueva jornada. Como la de mañana, que me llevará desde Grado a Salas.
Pero eso será ya mañana, porque mañana… mañana más!
#BuenCamino