Camino de Invierno · 10ª jornada (y última).

Ponte Ulla a Santiago de Compostela · 21 Km · 4h 35m

 

Y sí, llegamos, juntos. Objetivo conseguido, pero sobre todo, disfrutado, a pesar de las atípicas circunstancias de este año, en forma de pequeñas lesiones, molestias que lo han hecho más duro de lo que por sí era aunque no lo imaginase, por haberlo inconscientemente infravalorado.

 

Cuando descarté el Camino del Norte por considerarlo económicamente incompatible con mi filosofía del Camino, y optar (por adaptarse a mis posibilidades) por este, el desconocido (en cuanto distancia y días invertidos para recorrerlo) para mi Camino de Invierno, solo entonces leí, reconozco que sin mucho detalle, el porqué de esta variante y simplemente me limité a buscar posibles alojamientos abiertos y disponibles en las fechas en las que lo iba a hacer, es decir, a la semana siguiente. El único objetivo era llevar todo cuadrado y, especialmente, que no me faltase un lugar donde me diesen cobijo para pernoctar. Solo me preocupé de adaptar cada jornada, en distancia, a estos puntos clave.

 

Hoy, una vez concluido, tengo que reconocer varias cosas, entre ellas, errores de principiante típicos de aquellos que pueden llegar a considerarse experimentados en una materia en particular… el Camino de Santiago, en este caso, lo que nos ocupa.

 

Primeramente, el mero hecho de leer “variante” y/o “alternativa” al Camino Francés, para evitar el paso desde León a Galicia, concretamente por Lugo y por Piedrafita, la mítica subida a O Cebreiro (conociendo y habiendo caminado, y rodado en bicicleta esa jornada) me hizo subestimar ingenuamente el recorrido, pensando que si esta era la opción para poder entrar en Galicia cuando las condiciones climatológicas eran extremadamente frías, obviamente habría menos altitud, por tanto menos desnivel y a su vez jornadas menos exigentes. Error.

 

El punto más alto de este recorrido no ha sido tan elevado, 1.153 en la Sierra del Faro, frente a los 1.330 de O’cebreriro. Aunque el punto más alto se alcanza en el Francés en Foncebadón donde se alcanzan los 1.490 m. Pero los desniveles, las exigentes bajada y subida, así como el firme por el que transita el Camino por la Ribeira Sacra, en el cañón del río Miño, no se encuentran, ni parecidas en ningunos de los tres Caminos conocidos para mí hasta la fecha. Debería haber conocido los perfiles y las exigencias de cada jornada. Segundo error.

 

Además, como este año, desde junio gran parte del tiempo he estado inmerso en el proyecto tttSantiago.com, moviéndome tanto alrededor como dentro del Camino, casi a diario, me he debido creer que eso me “contaba” como práctica, cuando lo único que estaba haciendo era disfrutar y viviendo en torno al Camino, pero de otro modo muy distinto, igual las mismas horas, pero sentado frente al ordenador, no caminando. Tercer error.

 

De primero de primaria para caminantes, y recomendación que marco en rojo con negrita, cursiva y subrayada cuando hago sugerencias a amigos o cercanos que van a hacer el Camino y me piden comparta con ellos las cuestiones clave a la hora de hacer el Camino por primera vez… ¡IMPORTANTÍSIMO! “que las zapatillas que vayas a usar en el Camino no sean nuevas, que estén bien, bien, bien domadas”. Yo me las compré a primeros de octubre. He salido tres días a andar con ellas un rato, dos por Alcalá y uno por Albares. Cuarto error.

 

Este año, por primera vez, tampoco he incluido en mis habituales protocolos de cuadriculillas, hacer una salida “simulacro” previa, de entre treinta y treinta y cinco kilómetros, con todo el equipo, incluidas zapatillas y mochila con carga prácticamente real. Quinto error.

 

Pero… ¿Dónde me creía que iba yo? ¿Al retiro? Ah., no! A la Casa de Campo…

 

Menos mal que, el destino, el Señor y seguramente mi madre (que siempre cuidará de mi), me quitaron la idea del Camino del Norte poniéndome precios inasumibles “moralmente” por el digno de Rafa…

 

Posiblemente, si este año, finalmente me hubiese ido a Irún, en las condiciones y circunstancias que lo hacía, con la idea de llegar hasta Santander, no solo no lo hubiese conseguido, sino que, con lo sobradamente conocido por duro que es el Camino del Note, con las distancias también largas, las grandes subidas y bajadas continuas, que lo convierten en un rompe piernas, seguramente me habría tenido que retirar con alguna dolencia o lesión importante, con una desilusión enorme, el orgullo tocado y mi cabeza de cabezota completamente gacha, por listo, confiado, ingenuo e imprudente caminante experimentado.

 

Ayer, después de subir la crónica del día, mientras escuchaba, en la televisión de la confortable habitación del hostal, el final del derbi sevillano, Betis- Sevilla, tumbado en la cama, con los pies en alto, aprovechaba para leer el recorrido de la jornada prevista para hoy. La última de este Camino de Invierno y compartida con la ruta de la Plata, la Sanabresa y el Camino Mozárabe. Comprobaba que, por perfil y distancia, iba a ser seguramente una jornada muy llevadera, además mis dolencias habían remitido considerablemente y estaba convencido de que lo único malo de hoy iba a ser lo mismo de todos los años en la última jornada, tenerme que despedir del Camino hasta el año siguiente.

 

Efectivamente hoy ha sido una jornada fácil, sin grandes desniveles, solo alguna puntual subida, intensa, pero, igual que las bajadas de hoy, breves y sobre terreno firme, estable y seco. Había previsión de lluvia, pero realmente han caído cuatro gotas, y casi cuando se divisaba el objetivo, para mí ha sido como si el cielo compartiese mi emoción, pero contuviese también las lágrimas.

 

Tras pasar una de las mejores noches que recuerdo en este Camino. He dormido bien, en cantidad y calidad, me he levantado realmente descansado; supongo que el hecho de haber estado toda la tarde anterior escribiendo en la cama, con los pies en alto, habrá tenido algo que ver. Esta mañana, aun en la cama, tras ojear el móvil como de costumbre, aprovechaba para acreditarme on-line en la oficina del peregrino, de ese modo, una vez en Santiago solo tendría que acercarme a recoger la compostela, que acredite de manera oficial, que no necesaria, el haberlo caminado. También aprovechaba para comprar el billete de tren, de vuelta a Madrid, para mañana después de comer. 

 

Con todo esto hecho sin necesidad de poner un pie en el suelo, ahora ya sí, me levantaba y tras una energizante ducha de contraste, alternando agua templada con agua completamente fría, por todo el cuerpo incluido el aclarado de la cabeza con agua gélida, solo quedaba vestirse, acabar de recoger las cuatro cosas que quedaban pendientes, cerrar la mochila, colocarle el chubasquero y tras los últimos cuidados a mis benditos pies, calzarme y salir a la calle para, después de compartir la foto de costumbre y activar el seguimiento en tiempo real, comenzar, a las 07:20, a caminar dirección a la Catedral de Santiago de Compostela.

 

La idea era hacer una parada a desayunar algo, no tenía mucha hambre, pero pararía en el primer sitio que viese abierto. Siendo lunes (el domingo por la tarde y los lunes suelen ser los días que muchos negocios de hostelería no abren por descanso) y Noviembre, sin apenas trasiego de peregrinos (por lo que había podido comprobar hasta el momento en este Camino de escasos servicios o cerrados por vacaciones), tendría que ser el primer sitio abierto. Primera parada y quizá última.

 

Exactamente diez minutos después me estaba tomando un cortado con leche fría y un trocito de sobao pasiego, voluntad de la casa, en el restaurante del albergue Cruceiro da Ulla, donde seguramente Juanilla había pasado la noche siguiendo las sugerencias de aquella amable lugareña que compartía restaurante el día anterior con nosotros, además de idioma (inglés) con la peregrina austriaca, ni asturiana ni australiana, austriaca.

 

Desayunaba en un periquete. Pagaba uno veinte, y volvía al Camino siendo aún de noche. Desde ese momento y mientras comenzaba a subir de manera moderada por una pista forestal paralela a la carretera, que luego se endurecía un poquito más e introducía en un bosque de eucaliptos, comenzaba a disfrutar de la última jornada de este Camino de Invierno con todos los sentidos.

 

Iba de maravilla. Con las molestias tan bajo control que había que buscar mentalmente para encontrarlas, en algunos momentos de llano o falso llano, la sensación era casi de levitar, de caminar sin tocar el suelo. Me encontraba maravillosamente bien, cómo recordaba haberme sentido muchos días, en muchas ocasiones, pero en otros Caminos. Mi estado me invitaba a disfrutar al cien por cien de la jornada, como así ha sido, de hecho, me he detenido más de una vez a observar las vistas, a escuchar los pajarillos, alguna corriente de agua, a respirar el intenso y agradable olor a eucaliptos húmedo, pero apenas he hecho fotos o grabado videos, era como si, egoístamente, me lo quisiera llevar todo solo para mí, sin dedicar tiempo para intentar recogerlo y posteriormente compartirlo con los demás.

 

La temperatura además era fabulosa, de unos 13 o 14 grados. De vez en cuando soplaba un fuerte vientecillo que refrescaba un poco más, lo cual, en mi caso, era de agradecer. Ese viento, en ocasiones parecía salpicar finísimas gotas, que más parecían de las hojas de los árboles que de las nubes y que, desde luego, no eran ni mucho menos suficientes para parar, descolgar la mochila, coger el chubasquero que me había quitado, y guardado antes de que fuesen las nueve. 

Hoy, los mojones con la flecha y la vieira amarilla sobre el azulejo azul, que además indican la distancia hasta llegar a la Catedral, parecían correr más de la cuenta mostrando una distancia menor, señal inequívoca de que yo llevaba un buen ritmo y de que se me estaba haciendo corto, como cuando el plato de cuchara está tan bueno que no puedes parar de comerlo pero, al mismo tiempo, te da pena porque cada vez se ve más despejado el fondo del mismo y ya no queda más puchero.

 

Tengo la suerte de conocer cuatro de las entradas a Santiago por distintos Caminos, el Francés, el Portugués, Inglés y este de Invierno, de la Plata, Sanabrés y Mozárabe. Sin duda, el menos interesante, tedioso, monótono y aburrido, es a su vez el más frecuentado. 

 

La entrada por el Camino Francés, desde que en el Monte do Gozo se contempla a lo lejos la catedral, se hace larga, aburrida, agotadora, e interminable hasta llegar al casco antiguo, donde eso sí, se accede por el arco donde te recibe el emocionante sonido emitido por el gaitero.

 

Con el Portugués pasa un poco igual. Como a ocho kilómetros, se atraviesa una zona residencial, grande, moderna y sin encanto, aunque luego se surca una zona rural y arbolada, y esta acaba desembocando en una larga avenida que te lleva al parque de la Alameda y posteriormente a la calle más popular, la Rúa do Franco y desde allí a la plaza. 

 

El Camino Inglés, entra por un bosque que te deposita en una avenida junto al, supongo, antiguo cementerio de Santiago, para después empezar a caminar por una agradable zona rural de casas bajas, lo que posiblemente hace muchos años era un pueblito que lindaba con Santiago y ahora parece un barrio antiguo, a las afueras. Luego de callejearlo, se llega a la avenida de Xoan XXIII y desde allí a la calle de San Francisco, la cual te deposita en la plaza dejando a la izquierda al gaitero, pero percibiendo emocionadamente sus notas.

 

Hoy, la llegada a Santiago por este reagrupamiento de Caminos, es para mí la más bonita de todas ellas. 

 

Cuando un mojón situado a mi izquierda marcaba ya solo 4,160 kilómetros, a mi derecha, en un prado, observaba a dos señoras que por aparente edad bien podrían estar jubiladas, pero estaban segando guadaña en mano. Me resultaba curioso, llamativo y admirable, que a tan poca distancia del centro de Santiago hubiese ese entorno y esa actividad tan rural. Todavía me quedaba atravesar un pequeño bosque, de eucaliptos y algún castaño, por una pista forestal, que me llevaría frente a un viaducto y cruzar por debajo la autopista y enseguida girar a la izquierda para cruzar por un puente las vías del tren por un punto fatídico, Angrois, donde el año 2013, la víspera de Santiago, 80 personas perdían la vida y más de 140 resultaban heridas en aquel accidente del Alvia procedente de Madrid. 

 

Aún hoy el puente es un recogimiento de tristeza, dolor y desesperanza con símbolos que honran la memoria de los seres queridos fallecidos en aquel evitable accidente. Unos metros después, con el alma encogida por aquel recuerdo, se comienza a descender por una calle peatonal a modo de calzada romana y de frente, al fondo, pero a media distancia, a poco más de un kilómetro setecientos metros, según indica el mojón de la izquierda, lucen las tres torres de la Catedral de Santiago, el final es prácticamente inminente, la emoción comienza a hacer acto de presencia mientras se desciende para coger la Rúa do Sar, que nos lleva hasta la de Fonte de San Antonio y cruzamos para después de callejear de frente por el casco antiguo, girar a mano izquierda y enfilar la Rúa Fonseca y, allí encontrarte frente el arco, que tras bajar las escaleras, con el gaitero a la izquierda haciendo sonar música celestial, con la fachada del parador a la derecha, enfrente, se accede a la plaza del O bradoiro, presidida a su izquierda por la majestuosa Catedral de Santiago…

 

Hoy, de nuevo y posiblemente más que nunca, he vuelto a sentir la emoción, con llanto contenido, de la llegada hasta este punto como peregrino. Mientras caminaba callejeando por el casco histórico, he tenido presente, a mi lado, por voluntad propia, acompañándome en los últimos pasos, a los que ya no están pero también me han seguido, animado y cuidado, como lo hacían cuando si estaban, y todos los que están y me han seguido cada día a lo largo de mis andanzas este año, algunos reincidentes desde hace años, hoy os he sentido a todos muy cerca cuando, escuchando las notas de la gaita, bajaba las escaleras, respiraba contenidamente intentando contener las lágrimas, no por vergüenza, sino para no perderme ni un solo detalle de todo para volver a guardarlo en mi memoria hasta que, algún día no muy lejano, vuelva a sentir esta misma emoción que me cautiva, me motiva y da fuerzas para seguir siempre adelante, me echen lo que me echen.

 

Y así, un año más, mañana volveré a mi Camino, a mi vida. Esa que, si ya de por si me gusta, vista desde la distancia, después de lo vivido y recorrido en estos días, más anhelo, más me llena y doy aún más valor… eso sí, con el deseo y la esperanza de volver, Dios quiera, el año que viene a las andadas…