Memoria… selectiva.
272ª 2020 · Foncebadón -Ponferrada
La mayoría sabe que, este año, en inicio, ando sobre rodado… me explico para los recién incorporados.
Astorga fue el inicio de todo allá por el verano del 2009. Fue mi primer camino, en bicicleta, con la familia (Marian, Alicia y Carlos), después hubo más, pero este es la primera vez que hago el tramo desde Astorga hasta Barbadelo (Sarria) caminando. Hago este pequeño inciso para destacar que no es la primera vez que discurro por este camino, por lo que recuerdos tengo, pero andando es la primera vez.
Esta mañana partía, como es habitual en mi, poniendo en práctica mi tara de la puntualidad. A las 06:55 estaba en el hall de la entrada al hotel albergue Druida, formado por tres puertas dos de cristal y una laminada en falsa madera. La de cristal de la que venía, daba entrada a la escalera de acceso a la 1ª y 2ª planta, donde se hallaban las habitaciones de la zona de hotel; a su derecha la puerta de cristal que llevaba a la pequeña recepción, al bar y restaurante, y frente a la de subida a las habitaciones, una laminada en falsa madera, la entrada principal. En aquel pequeño espacio de escasamente 5 metros cuadrados deposita mi mochila junto al bordón, la chaqueta de travesía y el chubasquero aún plegado en su bolsa. Todo estaba preparado, únicamente faltaba que diesen las siete y que estirase y calentase mínimamente el tren inferior y un poco la parte superior de la espalda.
A las siete en punto abría la puerta marrón (imitando a madera) y salía con la mochila ya a mis espaldas, con su impermeable de agua y los dos led rojos parpadeando en su parte posterior. Yo iba bien equipado para frío y agua. El pronostico consultado una hora antes era de agua (daban lluvias), viento (lo estuve escuchando soplar con fuerza y empujar la contraventana de madera contra el marco de piedra de la ventana, con una cadencia cansina, durante toda la noche), y la temperatura era de 1º.
Tomaba a la derecha el empedrado a modo de calle principal que parte en dos el pueblo de Foncebadón, con una fila de no más de una veintena de edificaciones a derecha e izquierda, la mayoría al borde de la ruina, otras convertidas en escombrera natural; las únicas habitables son albergues y restaurantes que dan servicio a los miles de caminantes que cada año, hasta llegar este 2020, peregrinaban sin cesar durante todo el año, y de manera muy muy numerosa de Marzo a Septiembre. Este año, a estas alturas, albergue solo uno, el parroquial, el resto cerrados. Tan solo dos alojamientos privados abiertos, y solo el hotel, no el albergue.
Pues eso, que salía del hotel y enfilaba la subida, en seguida me depositaba a las afueras de Foncebadón, sin contaminación lumínica alguna, con cierta neblina (meona) y una sensación térmica de varios grados bajo cero, a pesar de estar en más uno o más dos. Rápido tenia que recurrir a la linterna de mano. Aún no había claridad ya que, de haber luna, su luz no era posible que llegase con las nubes rozándome el gorro de agua. Además había algún que otro charco y zona embarrada, como consecuencia de la lluvia caída durante la tarde y noche, y por lo que me comentaron los chicos del hotel, por la nieve caído el domingo.
A los pocos minutos, un cuarto de hora o poco más, decidía apagar la linterna para disfrutar del relativo espectáculo. mientras ascendía suave pero incesantemente por el sendero hecho sobre la ladera de la montaña, a modo de raya bien marcada con peine sobre un pelo mojado, a mi izquierda, bajo un perceptible colchón nuboso, se podían ver los primeros destellos granas del nuevo día, atrás, cada vez más lejana la escasa iluminación en la vía principal de mi punto de partida. Pocos minutos después, tras cruzar la carretera para pisar otra “raya bien peinada”, las nubes me engullían y perdía toda referencia del alba.
Una pena, pero era previsible, podía pasar, en esta época del año, con la frecuente nubosidad, mi pretensión era casi utópica… ver amanecer recostado en la Cruz del Fierro e inmortalizar el momento no iba a ser en este Camino, pero me lo anoto en el aparado de “pendientes”.
Antes de llegar al lugar señalado he parado varias veces simplemente para contemplar y deleitarme del maravilloso momento, aunque lo he intentado guardar en fotos y videos, finalmente he decidido disfrutarlo y guardarlo para mi, la foto y el video no recogía la autenticidad del momento. Aún estando dentro de la nube, en una niebla pero no muy densa, que permitía ver a unos cien metros, poder hacer pausa y recrearse los sentidos es un lujo!!! El sonido del viento, la humedad, la penumbra, soledad, el contacto inocuo con la naturaleza… de verdad un embrujo!
Tras varias paradas similares, he llegado a la Cruz del Fierro, he hecho alguna foto y he depositado junto a la base un piedra que había cogido en una de las últimas paradas de deleite. Después he dejado atrás el simbólico lugar para tomar el andadero que discurre junto a la carretera durante unos cientos de metros y que poco más adelante se desprende por completo del asfalto para iniciar un maravilloso paseo por el medio de la nada (civilización), surcando la cadena montañosa y bajo un cielo muy cubierto, amenazante pero contenido, mientras pisaba, o más bien levitaba aún, sobre senderos acolchados, a veces de tierra arenosa mojada, a veces de hoja caduca húmeda, otras de tamuja y pequeñas ramas empapadas, en ocasiones del fruto maduro de los castaños amontonados sobre el sendero… si prestaba atención podía escuchar a mis pies tarareando el aleluya, que no cantando (a mi no me cantan los pies, solo me tararean cuando están felices).
La primera hora de hoy ha sido inolvidable!!! Un delicia… la segunda y siguientes horas también… inolvidables!
Decía que ando sobre rodado y guardo recuerdos de la jornada de hoy en bici hace once años. Recordaba casi al detalle el encanto de El Acebo, el primer pueblo que se cruza hoy, como a 11 Km del inicio de la jornada. También recordaba con bastante detalle alguna construcción (y su singularidad) en Riego de Ambrós y por supuesto la llegada a Molinaseca, como nos cautivó y el amago de baño de hicimos Carlos y yo en el río, en las heladoras aguas de su piscina fluvial. También recordaba que era una jornada que, en el momento que se coronase luego era prácticamente descenso.
Desde las ocho y poco de la mañana, en medio de un paraje maravilloso, digno de albergar mis restos tras la cremación, el día que me toque, el manto esponjoso y variado sobre el que hasta el momento había levitado, se ha convertido, por arte de birlibirloque, en el firme de ensueño para un masoquista psicópata con fascitis plantar, neuroma de Morton, juanetes y uñas encarnadas… pero que leches ha hecho la naturaleza en esos senderos descendentes? O Dios!!! ¿Dónde estaba mirando o en que pensaba cuando hizo la creación y puso allí aquello?? Puñeta con el descenso…
El entorno seguía siendo maravilloso, por lo que podía comprobar muy de vez en cuando… El terreno era de un pedernal tan desigual, cortante, resbaladizo que no podías dejar de mirar donde pisabas para evitar torceduras, resbalones, tropiezos o traspiés… el descenso era permanente, a veces con un desnivel inaceptable para leyes físicas coherente… en serio, hago chanza de ello, pero no es broma, hay bajadas verdaderamente peligrosas en días de lluvia o húmedos por la niebla, e intransitables de manera segura con nieve o hielo… he tenido media docena de sustos, resbalones y tropiezos, que he podido salvar gracias al apoyo del bordón, de no llevarlo, con seguridad, hoy hubiese tocado suelo, de frente o de culo…
Con este inseguro percal la marcha se ha ralentizado considerablemente. Entre lo mucho que me gusta pararme para hacer alguna foto, o simplemente en plan contemplativo, más el ritmo al que me estaba teniendo que adaptar por culpa del terreno, empezaba a hacer cálculos horarios y veía muy lejos la idea preconcebida de hoy probar bocado en Molinaseca… más bien adelantaría el momento “ingesta caliente” para cuando alcanzase El Acebo.
Y así, tras dos horas de descenso, la mayoría por firmes legalmente incompatibles con el perfil, con algún leve respiro para pisar “tierra”, firme o encharcada, he alcanzado el primer nuevo objetivo, El Acebo, donde además y por suerte, he podido comprobar que la raza humana seguía viva, aunque a cuentagotas… Me he apretado un pincho de tortilla de patatas con calabacín y pimiento rojo que, a decir verdad, los he probado mejor sin pimiento y calabacín en el Mercadona… la cerveza estaba fría, nada que añadir… eso sí he pagado casi el precio de una tortilla decostruida o emulsión en el Diverso, 4,70€ por el pincho y la caña… eso si, el nombre del lugar, precioso… La Rosa del Agua. Ahí lo dejo…
Emprendía nuevamente camino haciéndomelas muy feliz por haber dejado atrás aquel puñetero tormento, me refiero al terreno, no a la tortilla, por empezar a caminar por un dulce sendero de tierruca salpicada desordenadamente de hierba autóctona, o sea, eso, hierba de la tierra… iba tan feliz por lo que pisaba que cuando me he querido dar cuenta, en a penas media hora, ya estaba en Riego de Ambrós. Lo he cruzado y dejado atrás en un periquete!!!
En que momento!!! Enseguida tomaba un camino en bajada que me ponía frente a mí la misma pesadilla de suelo. Ha sido media hora de descenso infernal, a veces con verdadero temor a poder resbalar o trastabillar y tener un percance que me dejase fuera de juego. A la media hora he visto un hueco donde poder hacer una parada para beber, desbeber, aprovechar para quitar el impermeable a la mochila, y cambiar el gorro de agua por la gorra, después de escasamente cinco minutos he retomado el Camino para al poco, otear, a lo lejos, allí abajote, lo que seguro era, porque lo recordaba, Molinaseca. En otra media hora alcanzaba la entrada y cruzaba el puente romano después de hacer alguna fotillo más, eso si, con los tobillos tiesos como la mojama y con la impresión de llevar las puntas de los dedos como el dedo de ET…
Llegaba con la idea de descalzarme, remangarme los pantalones y, si las fuerzas de la seguridad del estado no lo impedían, sumergir los pies en el mismo río donde Carlos y yo nos habíamos hecho los valientes hacia once años… pero cosas del destino… el cauce del río es tan reducido que daba hasta un poquito de cosa meter los pies en lo que fue la piscina fluvial. Me he abstenido de hacerlo renunciando al estimulo que proporciona el agua helada en pies y piernas, además, Ponferrada estaba ya muy cerca, como 5 o 6 kilometros, creía recordar.
He hecho una paradita mínima para soltar la mochila y descansar un poco espalda y hombros, casualmente he ido a parar justo en la puerta de un bar, por lo que ya he aprovechado y he contribuido mínimamente para activar la economía local, ha sido un donativo nimio, 1,50€, a cambio me han regalado un quinto bien fresquito de Estrella Galicia.
Rápidamente retomaba el caminar para tomar la carretera, una larga recta que despide Molinaseca en dirección a Ponferrada, 5 km separan ambas poblaciones por carretera… por camino algo más, pero los puristas, “semos asín”.
Tras caminar otros más de seis kilometros por no los mejores parajes del día, llegaba por fin al albergue de peregrinos de Ponferrada, eran las 13:52. Despues de las medidas preventivas de seguridad, tanto higiénicas (desinfección de botas y mochila) como de control (temperatura corporal), como era el primer peregrino en dejarme caer por el albergue, tras el registro de acceso (DNI y número de móvil) y sello de a credencial, pude elegir una de las cuatro camas (dos literas) que hay en la habitación asignada. Después, la ducha reparadora de rigor tras unos estiramientos y con el atuendo de descanso enfundado, dirigirme al mesón,recomendado por los amables hospitaleros, llamado Mencia y que está a unos 300 metros del albergue, para comer el menú del peregrino por 10€, que según me informaron al sentarme a la mesa, consta de cuatro platos (que ellos te sacan sin necesidad de pedir), pan, vino, poste y café. He de decir que renuncie al cuarto y al postre… me apañe como comida y cena con la ceniza y queso del aperitivo, las lentejas de segundo y el plato de pasta con carne picada y tomate posterior… acepté el café y me tome, para ayudar a bajar todo, una tercera copa de vino (mencia, por supuesto) con gaseosa.
De postre me había reservado, tras haber cumplido con el objetivo de hoy, la segunda entrega de mis trece regalos. Me sorprendía era también una entrañable foto para el recuerdo perpetuo, con el pié de foto “FAMILIA” y un breve texto de la hija putativa, si a Alicia la tuve con siete años, a esta le debí tener ya en la madurez de su olvidada adolescencia… GRACIAS SUSI! Eres un ser extraordinario y todos lo sabemos… incluso tú!
Luego, ilusionado y gratamente sorprendido por el contenido del segundo sobre, he buscado un local más cercano al albergue, y confortable, para pasar la tarde escribiendo algo sobre lo vivido en la jornada y sobre los recuerdos… sobre todo los que me han venido a la mente cuando iba acercándome al destino, pero como que sin llegar a Ponferrada, curiosamente he empezado a “recordar” no solo los gratos recuerdos que al principio mencionaba, he debido dar en ese momento con un recuerdo que me ha llevado al baúl de los “no tan buenos recuerdos”, ese baúl que debimos dejar en el chiscón y que por H o por B no solemos abrir, por pereza o por que… donde este un buen recuerdo, que se quite una mala pesadilla, no? Y es normal!
He recordado que hace años, después de parar en Molinaseca y darnos aquel, visto y no visto, chapuzón, como estaba cerca ya Ponferrada, nos tomamos algo mientras nos secábamos tranquilamente y luego, sin prisas, después de volver a organizar y guardar todo en las alforjas, emprendimos viaje pedaleando dirección Ponferrada y, no solo a Carlos, también a Marian y Alicia, e incluso a mí, se nos hizo eterno y muy feo el llegar a Ponferrada. Junto a este recuerdo estaba el de las dichosas bajadas por los senderos pedregosos con las bicis, que no en bici… la mayoría de los tramos los hicimos cargando o arrastrando las bicicletas, no montados en ellas… y acabamos hartos de aquella odisea…
Hoy, como entonces, ha sido un día duro. Una jornada que seguramente siempre recordaré, pero en parte y relativamente, porque el cerebro es maravilloso y con el tiempo borra las cosas que nos duelen o han molestado, cubriéndolas con los recuerdo positivos y bellos del momento… o sea que seguramente, si mi salud mental me lo permite, siempre recordaré los maravillosos paisajes, el entorno, las sensaciones, La Cruz de Fierro, El Acebo y Riego de Ambrós, asi como todo lo que he podido disfrutar esta mañana desde que salía de Foncebadón hasta llegar a Molinaseca… porque por algo existe, y tenemos, memoria selectiva.
Y mañana… mañana, más!
#Buencamino
#novoysolo
#vamosjuntos