4ª 2019 · Nada es igual…

Las 6:55 cuando salía del albergue, hacía el selfie diario y comenzaba a dar los primeros pasos para llegar al destino fijado hoy, Boadilla del Camino, algo menos de 30 Km, 28,5 según la guía Consumer, mi referencia desde hace años cuando voy a organizar el Camino. Antes repetiría la experiencia de ayer… cortado más tostada con aceite y tomate, hoy además le he metido un suplemento, un plátano! Total a pagar por café, tostada y plátano… 2,40€, tan ricamente, me ha sabio a gloria! Hasta el precio!!!

Ya en la calle, no había dudas, la previsión de frío de google y el comentario de la camarera “jobar, qué frío más serio hay hoy”, que acababa de llegar al albergue para empezar a servir desayunos  a los peregrinos, ambos, tanto google como ella, tenían mucha razón. El teléfono marcaba 4 ºC, por suerte no hacia viento. Frente al albergue estaba la Torre de la iglesia y junto a ésta, una enorme luna, que a mí me parecía llena. Frío e iluminado, fantástico para empezar a caminar.

 

 

Bajaba por la calle mayor para desembocar, de frente, en una carretera local, momento en el que conecté el piloto blanco de la luz intermitente de apoyo, la que llevo en el tirante izquierdo de la mochila, la deje fija, con ésta y con la luna era suficiente, había más de que sobra. Y así comenzaba a dar los primeros pasos, sobre asfalto, algo que para mí no es lo idóneo, pero era lo que tocaba, por suerte, enseguida la flecha amarilla me desviaba a la derecha para coger un camino de tierra, atrás quedaba la mínima iluminación de Hontanas y confirmaba, mirando al cielo y en derredor, que la claridad de la noche, con esa pedazo de luna, permitía poder caminar solo con la luz de apoyo, aunque llevaría la linterna a mano ante una posible necesidad. En estas, ya metido en faena, iba empezando a testar como iba la maquinaria, revisando la molestia de días atrás en la cadera, así como buscando sentir cada musculo y hueso o huesecillo, desde la planta del pie hasta los glúteos y la valoración era positiva. Vamos a ver, en absoluto quiere decir que no hubiese molestias en distintos puntos, pero todas ellas eran solo eso, molestias, aún les faltaba recorrido para convertirse en dolor, eran las molestias normales de arrancar en frío, con la fatiga lógica de los casi 90 km de pasos en los tres días anteriores. Las sensaciones eran positivas, había que empezar a coger ritmo y calentar todo el cuerpo, incluida la cara, que ahí no había ni fatiga ni agujetas, ahí lo que había era una agradable pero heladora rasca.

No llevaba más de cinco minutos caminando por la senda de tierra, haciendo la revisión mental de cada músculo, caminando con  soltura pero precaución pues se veía pero en penumbra, cuando… zas! Pisotón a algo más que húmedo, con salpicadura y pequeño resbaloncillo… había pisado en un lateral de un charco, sobre barro blandito, y no lo había visto!!! Me retire despacio, intentando ver bien donde pisaba mientras sacaba la linterna de un bolsillo superior de la chaqueta y alumbraba la zona. Rafa!!! Tienes que llevar la linterna alumbrando el camino, ¡gañán! Efectivamente, era un gañan, me había crecido, más o menos se veía, era bucólico caminar con la luz de la luna y solo con la luz del hombro, pero no era práctico, aunque la vista se acostumbre y llegas a ver, quizá lo suficiente sobre asfalto o terreno firme, pero desde luego no sobre un sendero irregular. Apague la luz de apoyo del hombro y empecé a caminar nuevamente con la seguridad que me daba el haz de luz alumbrando hasta dos o tres metros de mis pies, intentaba coger otra vez ritmo de calentamiento.

No habían pasado ni diez minutos caminando de manera continua por el sendero, en compañía de la luna, aunque a veces se ocultaba tras el tupido visillo que formaban unas grises nubes que se desplazaban lentas pero constantemente hacia mi derecha, y del intermitente canto de un búho, lechuzo o similar, cuando he tenido la sensación de que la linterna no daba toda la luz necesaria, como si las pilas estuviesen llegando a su fin (las tengo desde el camino de año pasado, no puestas pero si guardadas junto a la linterna, para evitar que se sulfaten), a los pocos metros ha hecho un «me apago me enciendo» y he dicho, a cambiar pilas! He vuelto a recurrir a la luz blanca de apoyo y parar, a descolgar la mochila y apoyarla en sitio lo más seco posible y a buscar la pilas dentro de la mochila, en una bolsa de trastos varios, que llevo dentro de la mochila, debajo de las botas. Localizadas, puestas las tres nuevas, guardadas las viejas en el bolsillo de la chaqueta, para deshacerme de ellas cuando llegue a León, por ejemplo. Después de volver a colocar y guardar los bártulos, de colgarme y asirme la mochila a cadera y hombros y de apagar la luz de apoyo y recuperar el alumbrado de la linterna, vuelta a caminar por aquel sendero que me debería llevar hasta la carretera comarcal que alcanzaba las ruinas del Convento de San Antonio, a intentar coger otra vez ritmo y por fin conseguir calentar y engranar toda la maquinaria.

Tras aquella parada no programada, ya no hubo más, salvo para intentar hacer alguna foto de la oscuridad, algo difícil para mí por mucho que lleve un buen móvil, el que me compré el año pasado antes del Camino Portugués, por recomendación expresa de mi amigo Paulito, que cuando le pregunte sobre qué cámara pequeña comprarme para hacer fotos en el Camino, me dijo sin dudarlo, «la mejor cámara para lo que tú quieres es un buen móvil», y así lo hice, a plazos, pero me compré una buena cámara de fotos que además tenía bluetooth, me permitía conexión a internet, acceso a RR.SS., enviar mensajes de WhatsApp, acceder al correo electrónico e incluso. en alguna ocasión, hablar por teléfono.

 

 

Como una hora después de salir del albergue, y caminar por aquel camino, de haber dejado a la derecha, pegado al camino, la sombra de lo que  según había leído era la ruina de una torre, alcance la carretera comarcal, al tiempo que se empezaba a notar la claridad inequívoca del amanecer. Aquí ya sí sobraba la linterna, no hacía falta ni la luz blanca, eso sí, seguía llevando atrás la luz roja intermitente, la llevaba desde que salí del albergue, me da seguridad, especialmente en carretera y me gusta que pueda servir de referencia a posibles peregrinos que vengan por detrás, además, si tuviese algún percance, supongo que puede llamar la atención de algún peregrino que pudiese verlo desde el camino. En diez minutos estaba ante las ruinas del convento de San Antón. Impresionante! Una construcción del siglo XII… ahora la carretera pasa por debajo de sus arcos de piedra. Cuando menos, da que pensar. Unas fotillos y a seguir por la misma carretera hasta alcanzar Castrojeriz. Mi primera referencia importante del día, marcada por mi como el primer tercio, y no quiero decir para tomarme la primera cerveza, esa me la sigo reservando para el día que llegue a Alcalá ????

 

 

La aproximación al siguiente objetivo, fue una delicia. Enseguida se divisaba el pueblo al frente, en el costado derecho, tras girar una curva, en esa dirección, estába frente a la larga recta de la estrecha carretera, flanqueada en algunos trapos por arboles perfectamente alineados, y que desemboca a los pies del pueblo, desde el inicio se alcanza a ver, sobre la elevación posterior al pueblo, el perfil de la ruina del castillo , así como la torre de la iglesia a la derecha, y a la izquierda, en el otro extremo de Castrojeriz, otra construcción en apariencia religiosa.

 

 

Llegar a la entrada al pueblo lleva su tiempo, como media hora, pero es un placer para los sentidos. La luz del nuevo día, con el sol aún oculto pero ya sin un rincón en el que perdure la oscuridad o penumbra, esa luz impregnando en la lejanía los tonos irrepetibles del amanecer, con una una sensación térmica fantástica, con un importante frescor, frío pero no gélido, con un viento muy moderado, sin nada de tráfico, con los sonidos del despertar en el campo algún, pajarillo y pajarraco, el graznido alternado de tres cuervos en las tierras a mi izquierda y mis buenas sensaciones al comprobar que todo iba ya engranado y funcionando sin incidencias o molestias reseñables. Ha sido un ratito espectacular en el que he disparado un carrete de los gordos, o por lo menos de 24 fotos.

El paseo atravesando el último pueblo burgalés que cruza el Camino sí que me ha dado para pensar… de hecho me he dicho, creo que este va a ser el tema principal de la crónica de hoy, y es algo sobre lo que he ido pensando durante muchos momentos a lo largo de los largos y monótonos caminos de hoy. Antes de salir del pueblo tenía que aprovechar para hacer algo que, sabiendo donde me metía, no podría hacer más adelante hasta quién sabe cuándo, y no, no era una necesidad fisiológica, ni nada parecido, sino una necesidad financiera. Tenía que aprovechar que en este pueblo había dos cajeros para abastecer mis arcas, capitalizarme para poder hacer frente económicamente a los próximos días. Para ello he tenido que abandonar el trazado oficial del Camino, aunque llevo una APP del banco que localiza por GPS los cajeros donde puedo retirar sin comisiones, he preferido preguntar a la primera persona que he visto en todo el pueblo, y eso que eran algo más de las 9 de la mañana. He ido a preguntar a una mujer, musulmana. Me ha venido a la cabeza que, con los moros (dicho sin ánimo de ofender), pasa como como con los coreanos en el camino, que no hay pueblo en España en el que no haya moros. Bueno, pues la buena señora me ha indicado como llegar y ya está, solo tenía que bajar unas escaleras, irregulares, cinco tramos de nada, como mucho poco más de una treintena escalones y allí estaba el cajero automático de la caja de ahorros. He sacado la guita y a desandar, a subir los «escaloncitos» y retomar el Camino. Antes de abandonar el pueblo llenaba una de las dos botellas pequeñas de agua, ya no llevo la grande, y enfilaba el camino que me llevaría hasta cruzar el rio Odrilla y comenzar la importantísima ascensión por la falda de la montaña hasta llegar al alto de Mostares, y tan importante! En poco más de un kilómetros se ascienden 140 metros. De los 777 a los 917, con rampa media, según había leído, del 11%… había leído y estaba pudiendo comprobar desde abajo según avanzaba hasta su base. Pronto puede dar fe de ello en primera persona.

 

 

Desde la salida de Castrojeriz, según me dirigía por la recta senda al puente que cruzaba el río y te depositaba en la parte baja de la ladera para empezar la subida, empecé a notar que, aunque los rayos de sol eran ya visibles,  la sensación térmica había caído un poco, la sensación era más fría que cuando aún no había amanecido, enseguida lo achaqué a que estaba empezando a soplar el viento, lo cual me obligaba a volver a tirar de braga hacia arriba hasta tapar casi los ojos, dejando a resguardo la boca, nariz y orejas, e incluso a ponerme ambos guantes para evitar esa sensación, ahora si gélida en el dorso de las manos. Así, bien protegido del frío viento, afronte la primera rampa, de inmediato noté que era cierto, que iba a ser corta pero intensa… me aseguré de coger un ritmo cómodo, tanto de zancada, apoyada en el palo, como de respiración. En veinte minutos estaba arriba, coronando y disfrutando de las vistas, con la satisfacción del deber cumplido. Media vuelta y a seguir caminando sobre la planicie. A esa altura y con ese viento, lo primero que he pensado es en un día de Camino, por allí, pero con las típicas nevadas de la zona de Burgos y Palencia, con ventisca… hacia viento y frío, pero era un afortunado, nada para lo que debe ser con frío de verdad o con el asfixiante calor de julio y agosto.  A los pocos minutos ya estaba en el otro extremo de la llanura y podía ver, dejándome perplejo, el inabarcable paisaje de la Tierra de Campos, lo que tiempo atrás se conocía también como “el granero de España”. Allí abajo, hasta donde alcanzaba la vista, todo lo que se veía eran ocres tierras manchadas de sol y sombra, surcadas por un camino, que se perdía en el infinito, sobre el que, en su tramo más cercano, se podían distinguir, como pequeñas motas, por separado o a la par, unos diez o doce peregrinos. Tocaba bajar con precaución la fuerte bajada, hormigonada, supongo que para atenuar los efectos que las inclemencias climatológicas provocaban tiempo atrás en ella. Una vez abajo, era momento de distraer la mente para no pensar en lo que quedaba por delante, era cuestión de caminar mirando al suelo pensando en cualquier cosa menos en lo que falta por andar. Y ahí he empezado a darle vueltas y a entrelazar pensamientos que he tenido desde hace tiempo, en otros caminos, y que me han aflorado en este, sin ir más lejos esta mañana, cuando he desayunado en el albergue y he pagado los 2,40€, y cuando he tenido que parar para poner las pilar en la linterna para poder evitar pisar charcos o barro, o cuando he flipado con las ruinas del Convento de San Antón, o he llegado a Castrojeriz, declarada Patrimonio Mundial, algo que le une curiosamente con Alcalá de Henares, mi ciudad dormitorio, ambas los son. Al final todo me llevaba a una frase hecha, sencilla y manida pero quizá poco analizada en profundidad… “EL CAMINO YA NO ES LO QUE ERA”.

 

 

Efectivamente, pero… ¿y cómo podría serlo? El Camino hoy es un destino turístico, de hecho, para mí, son mis vacaciones. Es un destino que desde hace años, posiblemente desde el 93, primer año Jacobeo que recuerdo, coincidiendo con la eclosión de España a nivel mundial como destino turístico de algo más que sol y playa, cuando un año antes, en el 92, se dio a conocer con la Expo de Sevilla y los JJ.OO. de Barcelona, pues posiblemente desde ese año, el Camino empezó, en mi humilde opinión, a ser lo que ahora es y nada tiene que ver con lo que hasta entonces había sido, una peregrinación más de culto que de ocio. Probablemente desde el 93, y posteriormente en el 99, con la gran afluencia promovida por el propio entorno eclesiástico, y la implicación directa del Vaticano, con su consiguiente campaña de marketing, hicieron que el Camino tuviese que adaptarse a las nuevas necesidades, brotando albergues a diestro y siniestro del Camino en cada pueblo, privados y municipales, así como todo tipo de servicios para atender la fuerte demanda. Se podría decir que el Camino no ha cambiado, que lo que ha cambiado es la manera de hacerlo y vivirlo, pero no sería tampoco cierto. Me explicaré, o al menos lo intentaré.

En mi opinión, cuando hace siglos un peregrino iba a Santiago de Compostela, iba a Santiago, no hacia el Camino, peregrinaba, iba sin saber bien por dónde, no había flechas amarillas, tendría sus referencias, seguía los caminos para llegar, por ejemplo de Burgos a Castrojeriz, por los caminos que le indicasen los lugareños y poco más. No había como ahora “etapas”, de Hontanas a Boadilla del Camino. Entiendo que el peregrino se pondría a caminar y llegaría hasta donde su cuerpo y las adversidades meteorológicas le permitiesen. Imagino que al llegar a un pueblo, en función de sus necesidades, alimentarse y descansar, quizá sanar de alguna dolencia, pediría hospitalidad a algún vecino o al cura y básicamente las saciaría, posiblemente hambre y descanso, aportaría alguna moneda, si le quedaba, porque no la hubiese soltado todavía o no se la hubiesen robado en algún camino y así, al día siguiente, si nada se lo impedía, volvería a los caminos para llegar hasta donde pudiese y estar más cerca de su objetivo, llegar a Santiago. Eran otros tiempos… el peregrino vivía de la hospitalidad de quien lo recibía, siglos después la película ha cambiado, obviamente no hay hospitalidad posible ante tal demanda. Hoy es al revés, es el “peregrino” (cuesta autodenominarse así después de lo escrito) el que da de comer al lugareño. Y es normal! La gran demanda ha generado oferta! Hay pueblos que en verano tienen que habilitar pabellones, polideportivos, para dar cabida a tanto peregrino. Somos los turistas los que hemos obligado a generar este negocio. Ahora bien, una cosa es generar negocio, que la gente se gane la vida dando un servicio al que llega, y otra bien distinta es la tomadura de pelo y el abuso… pero, como este pensamiento da para mucho, lo retomaré otro día, ahora proseguiré con el relato hasta mi llegada a Boadilla del Camino.

Después de miles de pasos, y alguno más, pensando y andando, dando algún trago de agua cada cierto tiempo, he ido avanzando y visualmente de manera muy lenta aproximándome a ciertos puntos de referencia en la lejanía, que de vez en cuando consultaba. He tardado como una hora en llegar a la zona arbolada que me había fijado de referencia, un poco antes del horizonte, como destino a largo plazo. Era el «oasis»conocido como La Fuente del Piojo. Tenía un pequeño merendero frente al caño que manaba levemente, pero de manera continua. Dicho merendero me ha venido de perlas para desenfundar la navaja y tirar de chorizo y jamón con pan, dos tragos del vino bueno que llevo en la botella de plástico (el objetivo es terminarlo mañana para que no se estropee más); no me traje la de cristal por una cuestión de peso… y sinceramente es una pena. Un vino bueno que me llevo un día a casa mi amigo y tocayo Rouco, y que al final no lo abrimos… pero ya lo abrí yo el viernes antes de salir de casa y lo volqué en la botella de plástico. Un sacrilegio sí, pero me está sabiendo a gloria en cada parada! Y Rouco estará pensando que nos la vamos a beber, otro día, en una cena en Albares. En fin, ya buscaremos alternativa en su momento.

 

 

Desde la fuente del piojo, a las 10:50, hasta el selfie en Boadilla del Camino han transcurrido únicamente tres horas y quince minutos, en los que me he dedicado únicamente a caminar, a pensar, a de vez en cuando dar un trago de agua, y en el último tramo, en la última recta de 4 kilómetros sobre un demoledor camino de grava y canto rodado prensado, ir revisando mentalmente como llegaba mi maquinaria, como iban las articulaciones, los tendones, músculos y huesos… el balance, mi percepción, es que seguían funcionando y bastante bien, no iba para nada mal teniendo en cuenta que llevan prácticamente 120 Km y solo en cuatro días…

 

 

A las 13:09 hacia el selfie de confirmación de llegada para los allegados y me dirigía al albergue “En el Camino”, un complejo interesante, bien montado, sin lujos, pero muy acogedor, con buen servicio, buena calidad en la cocina y a precio aceptable, donde lo primero es agradecer su existencia, contribuir económicamente para que se mantenga y después de la ducha, la comida y hoy hasta un ahora de siesta, buscar un sito confortable para descansar y escribir unas líneas, pero dejando otras para mañana, porque…

Mañana más!

#Buencamino

 

PD.- problemas de wiff me han hecho posponer la revisión de los texto hasta hoy, 5ª jornada, desde Carrión de los Condes y empezar a subir las fotos que ayer no pude.