6ª La inesperada recompensa…

Triacastela – Barbadelo (11 de julio 2009)

Me costó abrir el ojo aquel sexto día de Camino… no fue por pereza o especial cansancio, más bien por el secundario efecto del antiestamínico y la noche regulera que había pasado como consecuencia de alguna molesta respiratoria… ¡la dichosa alergia!

Aun así, me apresuré en los menesteres ordinarios propios, al tiempo que activaba al resto del mini pelotón. La intención era estar listos cuanto antes, con todo preparado, a falta únicamente de cubrir el expediente diario del desayuno. Algo que hicimos, ya con las monturas bien “armadas” y a la vista, en la terraza semi cubierta del restaurante que había a escasos 20 metros de la posada que nos albergó aquella noche.

Posiblemente sea cosa mía, pero por empeño que ponga, y disfrutando como disfruto de la comida, me cuesta recordar como algo memorable un primer desayuno, quizá porque por costumbre suele ser dulce… generalmente bollería acompañada de mantequilla y mermelada… vale! entono el mea culpa y asumo mis posibles rarezas, pero para mí, donde esté un almuerzo salado a media mañana acompañado de un caldo de uva curado en barrica o un refresco de cebada fermentada en agua con levadura y aromatizado con lúpulo, que me quiten el resto… a primera hora, como mucho, un café, eso sí, contundente, medio vaso, fuerte, cortado con una gotitas de leche fría y a funcionar…

Tras la mala experiencia alérgica del día anterior, nos temíamos lo peor y salíamos, Carlos y yo, pertrechos con mascarilla para eludir pólenes… Además, aunque previsiblemente no sería una jornada dura, si volvería a ser larga, teníamos por delante más de 30 km ya que optamos por el itinerario que nos llevaría por Samos, referencia antaño para peregrinos por su monasterio benedictino, era un trayecto más largo pero por lo que había leído era incluso más llevadero para los bicigrinos y contaba con preciosas vistas por la frondosa ribera del río Oribio, además el perfil era más descendente que la opción corta, la que discurría por San Xil, que según rezaba en los escritos contaba con más subidas, más largas y acentuadas. O sea que mascarilla, aunque no era cómoda, era preferible evitar una situación como la del día anterior… que quedaban muchos kilómetros por delante.

 

 

Inicialmente disfrutamos de varios tramos en bajada que ocasionalmente eran interrumpidos por una leve subida, asumible para casi todos sin necesidad de echar pie a tierra, posiblemente tuviese algo que ver el tono muscular que ya íbamos tomando y que sabíamos habíamos dejado atrás las subidas intratables, algo que animaba e invitaba a afrontar inicialmente lo que nos pusiesen por delante, aunque alguna acabara bajando de la bici y empujando ésta para superar el desnivel.

El recorrido estuvo salpicado de pueblines y/o aldeas. Cada dos, tres o cuatro kilómetros nos tropezábamos con una pequeñísima población, casi todas ellas con algo en común, el olor a vaca y una pequeña iglesia fácilmente localizable por su campanario… el sendero que nos llevaba de una a otra aldea discurría por bosques con distintas especies de árboles centenarios… castaños, alisos, robles, eucaliptos y grandes helechos a ambos lados del camino junto a multitud de vegetación inidentificable para mí, que formaba una especie de túnel de vegetación que parecía transportarte a otro tiempo y ralentizaba biorritmos… la verdad es que el trayecto era una maravilla, además de las vista, la temperatura, humedad y el discurrir del río que a veces no solo se veía, sino que también se dejaba escuchar.

Así, pedaleando y alguna andando de vez en cuando para subir, incluso para bajar en una ocasión, con alguna parada para hacer unas fotillos y dar un trago de agua, llegamos a Samos donde hicimos la primera parada oficial para un pequeño avituallamiento; un refresco, una cerveza y poco más… aún nos quedaban por delante dos tercios de la jornada… habíamos cubierto escasamente 10 de los 30 kilómetros.

 

 

Salimos de Samos por la carretera, siguiendo las indicaciones, asfalto que no abandonaríamos hasta llegar a la siguiente aldeina, a poco más de dos o tres kilómetros, Pascais. Allí volvimos a coger un sendero en bajada de piedra suelta que hacía extremar la atención y precaución para evitar accidentes. Recuperamos la frondosidad boscosa y los túneles del tiempo en los que coincidíamos con caminantes peregrinos a los que rebasábamos proclamando el santo y seña de los peregrinos… .-¡Buen Camino!.- obteniendo siempre la misma respuesta, aunque con diferentes énfasis, tonos de ánimo  o acento… .-¡Buen Camino!.-

 

 

Así, tras discurrir por parajes similares durante algo más de diez kilómetros, atravesando pequeños pueblos sin nada trascendente, más que las vistas y el vergel donde se hallaban, que no es poco… llegamos a Sarria y aprovechamos para hacer una segunda parada. Además sabiendo que no faltaba mucho, según mis cálculos a unos 6 u 8 kilómetros, a tenor de lo que habíamos ya recorrido, dar con el destino de aquel día nos llevaría una hora a lo sumo. Por lo que en esta parada, en una terracita junto a la calle principal por la que discurre el Camino, no solo fue un refresco y una cervecita, Carlos sintió ese hambre de la hora del aperitivo y sustituyó el bocata por un plato de macarrones con tomate, nosotros picamos poca cosa pero en mi caso si repetí y “tripetí” cervecita mientras “el muchacho” daba fin de la fuente de macarrones, no sin algo de esfuerzo las últimas pinchaditas a las que le ayudó su hermana.

 

 

La paradita se nos fue de las manos y de hora… echamos un rato largo, largo… ¡casi hora y media de parada! Arrancar nuevamente nos costó un poquito pero no había otra opción, el destino había que alcanzarlo, él no iba a venir a nosotros… Sabíamos que estaba cerca, pero no exactamente dónde. Habíamos seleccionado una casa rural, que en teoría estaba en el mismo Camino, se encontraba en Barbadelo, pueblo que estaba a solo seis kilómetros de Sarria, pero la casa  o estaba en el mismo pueblo, sino que se llegaba por un camino que partía desde una carretera comarcal que tuvimos que localizar preguntando y que entendíamos nos alejaba algo del propio Camino.

La incertidumbre de no saber a ciencia cierta donde se hallaba la casa, sumada al ritmo de pedaleo perdido en la larga parada en Sarria, más la digestión de los muchos macarrones en el estómago de Carlos complicó sobre manera el tramo final… para colmo, el sol vertical del medio día apretaba con fuerza, eran cerca ya de las tres de la tarde, y nos hacía sudar los refrescos y cervecitas… Carlos nunca antes había dicho aquella frase tan de niños en los viajes… .-¿falta mucho, papá?.- lo repitió hasta la saciedad, añadiendo incluso .-“joe, papá, hace un buen rato me has dicho que faltaban cinco kilómetros y llevamos casi siete”.- El hartazgo del grupito iba in crescendo y a la protesta del benjamín se sumaban la incredulidad de Marian que me interrogaba sobre si yo sabía dónde estábamos y donde estaba aquel sitio que habíamos reservado. Finalmente, después de pedirles que me esperasen en una sombra en la carretera, junto a un camino lleno de cagadas de vaca que salía a la derecha, mientras yo me acercaba a ver lo que al fondo de la carretera parecía un cruce junto a una nave o cochera. Al regresar de aquella infructuosa expedición, llamamos por teléfono a la casa y tras darnos las indicaciones pertinentes, que no eran otras que las de tomar aquel sendero lleno de mierdas de vaca hasta llegar a una cerca, que deberíamos abrir y seguir por un senderito que cruzaría un pequeño pinar y llegaríamos a una zona rural con una casa al fondo, aquella sería la Casa Caxigueiro, donde habíamos previsto pasar aquella noche.

Por fin dimos con el lugar, creíamos que no lo encontraríamos nunca! El recorrido desde que colgamos hasta que llegamos a la casa fue un mar de dudas y de improperios acerca de cómo se me había ocurrido reservar en semejante sitio, tan retirado del Camino, un lugar tan recóndito, en medio de ningún sitio y viendo el sendero de cagadas y lo escondido que estaba nos hacía presagiar lo peor, el error que habíamos cometido y sin posibilidad de dar marcha atrás para buscar otra cosa siendo casi las 4 de la tarde… en fin, parecía que estábamos ante una gran cagada por mi parte, más grande que cualquiera de las muchas que habíamos sorteado para evitar zambullirnos en ellas con las ruedas de las bicis… por fin lo encontramos!!! Por fin llegamos!!! Llegamos y FLIPAMOS!!!

 

 

El lugar resulto ser un sitio de ensueño, enseguida nos atendieron amablemente el matrimonio que regentaba el establecimiento y nos invitaron a dejar las bicicletas y las cosas en la casa que nos habían preparado para los cuatro, una casa que había en el mismo complejo rural, una especie de pueblin acondicionado todo ello como alojamiento rural, formado por una casa principal y otras dos cercanas, con el resto como zonas comunes… huerto, jardín, zona de lavadero, merendero y hasta un pequeño campo de fútbol de hierba, que no césped, con porterías hechas con troncos de madera… Cuando entregábamos los DNI para hacer la entrada nos preguntaron si habíamos comido o si queríamos comer algo que ellos nos podrían preparar mientras dejábamos las cosas. Así lo hicimos, dejamos los trastos y volvimos a la casa principal donde en una pequeña y súper acogedora bodeguita de piedra y madera nos sacaron unas cazuelitas diversas que nos supieron a gloria bendita… chistorra, pimientos, carrilladas… alguna chacina, pan de pueblo y bien de cerveza y agua…  de postre un heladito y rematamos con un café de puchero y unas frascas de distintos licores caseros… nos pusimos orondos! Rebañamos los barros de las cazuelas con el pan de miga densa… cuando Carlos había dado fin de su helado, fue invitado por el hospedero para que lo acompañase a recoger y guardar las ovejas, algo que no dudo en hacer encantado… mientras las chicas se iban a casa para aprovechar el lavadero y la tarde soleada para hacer una mínima colada y yo me quedaba haciendo sobremesa disfrutando de una pipa y de la frasca de pacharan casero…

 

 

Costó encontrar la casa, llegamos casi a desesperar, pero mereció bien la pena… habíamos encontrado un oasis del que todos disfrutamos, Carlos sobremanera primero haciendo de ayudante de pastor con las ovejas y los perros, luego cuando nos acercamos a ver las vacas que pacían plácidamente en un cercado próximo al pinar que habíamos atravesado… el paseíto de la tarde por aquel lugar fue extraordinario, Marian y yo descubrimos, con cierta envidia, el paraíso que se había montado allí aquel matrimonio, un lugar idílico y repleto de detalles de buen gusto. Una pasada de casa Rural que no dudaríamos en recomendar y que, aun estando tan lejos y en medio de ningún sitio, algún día volveríamos a visitar, posiblemente no como bicigrinos ni peregrinos, posiblemente huyendo de la ruidosa civilización urbana en cualquier puente, fin de semana largo o semana Santa.

Y así, encantados con la suerte que habíamos tenido, nos encamamos para descansar, felices del hallazgo y tristes por tener que abandonarlo a la mañana siguiente para seguir nuestro Camino, pero eso sería ya al día siguiente…

Mañana más… Buen Camino!