Camino Portugués 2018 · 2ª jornada
Empezaba el día a las 06:30, con el tenue murmullo programado en el despertador.
Lo acordado ayer tarde era empezar a caminar un poco antes que el día anterior, no porque la distancia fuera mayor, sino en previsión de temperaturas considerablemente más altas. Por lo que habíamos visto en internet, para hoy se anunciaban alrededor de 26 grados, que no es que sea calor, pero cuando llevas horas caminando y con carga sobre los hombros, la sensación térmica de los 26/27 se convierte en 30 o 32º, lo que viene siendo calorina soportable, pero calorina al fin y al cabo.
Tras la pertinente ducha matutina, más por activación que por higiene, aunque también… preparar las tres mochilas; ¡si, somos dos, pero llevamos tres! Podría decir que la tercera es como simbología de alguien que nos acompaña cada día en nuestro caminar, pero sería una cursilada, además de absurdo, del todo innecesario y sobre todo… ¡mentira!. Cierto es que salimos de Madrid con tres mochilas, la de Marian. Roja, monísima y ultra ligera (EN VACIO); la mía, azul, también de escasamente un kilo de tara, con menos finura, mucho menos monísima… yo la veo como más ruda, posiblemente sea los ojos con los que la miro… y la tercera, una pequeña mochila Quechua de 20L, súper práctica y curtida en cien de mis andanzas… esta es la mochila que porta Marian con lo indispensable, un par de botellas de medio litro de agua, el chubasquero (presiento que innecesario por completo en este camino), kleenex, las viandas para el almuerzo a mitad de mañana y poco más, aunque pesa lo suyo, o eso me dice ella… su mochila roja monísima se queda cada mañana en la recepción del albergue u hostal para que la recoja una pequeña empresa de transporte de la zona (mochileros les llaman), que hacen las veces de sherpa, portando la carga pesada hasta el siguiente albergue. Puede parecer un lujo, y quizá lo sea, pero el Camino no es ni una competición ni debe ser una prueba de resistencia máxima, y para Marian cargar con esa pesada mochila, por monísima que sea, convertiría cada jornada en un sufrimiento insoportable e innecesario, de ahí que merezca la pena pagarse este lujo para que por 5€ diarios le lleven su mochila hasta el siguiente destino.
El caso es que con todo prácticamente preparado, a falta de revisar, cerrar y colgar los bártulos, bajábamos a la primera planta para desayunar un par de cafés y unas tostadas de pan de pueblo con aceite y mermelada, además de un par de kiwis que habíamos comprado al llegar a Porriño. El hostal Louro es uno de esos establecimientos hosteleros de finales de los 60 o primeros de los 70 típicos en algunas capitales de provincia o comarca, montados en una casa de pisos, de mínimo 3 o 4 plantas, con la entrada por un portal y la recepción el primer piso, en esta ocasión también compartida la planta con la cafetería y el restaurante, sin grandes lujos ni cuando se inauguró, pero perfectamente conservado, como si por aquel establecimiento no hubiese pasado el tiempo, solo huéspedes, muchos de ellos peregrinos como nosotros… el lugar no invitaba a probar el menú ni del medio día ni para cenar, pero un desayuno es difícil que haga daño a alguien, de ahí que decidiéramos bajar a desayunar, por precio… eran 3€ por persona, y sobre todo por practicidad, podíamos dejar las mochilas arriba y subir después para un último cepillado de dientes y alguna posible necesidad de esas de primera hora. En su favor hay que decir que el café estaba muy bueno, el pan era buenísimo y algo casi tan importante como la calidad de los productos, el trato y la hospitalidad han sido de “alto standing”, aunque el servicio tuviese mucho margen de mejora, la voluntad, disposición y atención estaban incluso por encima de la calidad del café, el pan y el aceite… la mermelada la excluyo porque era confitura mono dosis sin encanto pero sobrada de sabor y azúcar… jejejeje.
A las 8:24, habiendo dejado ya la mochila roja en la primera planta, salíamos del hostal. Hacíamos el habitual selfie y emprendíamos camino dirección a Redondela. Aún no había amanecido, la mañana era todavía oscura, pero la suficiente claridad permitía ver un cielo despejado de nubes. Empezábamos a caminar y calentar el tren inferior por las calles de Porriño, aún sin gente, solo nos cruzábamos con algún coche muy de vez en cuando que irrumpía en el silencio de la mañana, silencio en el que de repente se escuchó un “¡buen camino, peregrinos!”, Marian y yo buscamos con la mirada por delante y detrás, pero no veíamos a nadie y lo habíamos escuchado, ampliábamos el campo de búsqueda elevando la mirada, también adelante y atrás, y allí, en una terraza de un segundo piso, a nuestra derecha, una señora vestida de oscuro, de mediana edad, nos miraba y repetía “¡Buen Camino! mientras agitaba moderadamente su mano derecha en alto despidiéndonos… nosotros decíamos, ¡!gracias!! y algo menos acompasado un “¡muchas gracias, señora!”. Estaba claro que hoy iba a ser un buen día! Son esas pequeñas cosas, sencillas, intrascendentes, carentes de aparente valor, pero que llenan, reconfortan, alientan y alegran el día y la vida… que no cuestan nada, pero tanto nos cuesta hacer a veces…
Así, felices y agradecidos, caminábamos dirigiéndonos a la salida de Porriño, en principio por carretera, con importante densidad de tráfico para lo que uno puede imaginarse en un pueblo, pero claro, Porriño es una ciudad grande, con mucha industria y muy cercana a la autopista, de ahí que sobre las 9 de la mañana el tráfico sea más que generoso en su salida y entrada dirección Vigo. Llegando a las cercanías de la autopista la señalización peregrina indica claramente que hay que tomar un sendero ascendente que se introduce en una zona boscosa y que es evidentemente una forma de evitar el trasiego de peregrinos por el nudo que une carretera general o nacional con la autopista, pero que a pesar del riesgo, algunos, prefieren ahorrarse 800 o 1000 metros, atravesando la carretera sin pasos habilitados para los peatones… una temeridad que por suerte no genera las lamentaciones que seguramente podría. Nosotros, que nos gusta un sendero boscoso más que el mejor de los atajos asfaltados, nos adentramos en el bosque de eucaliptus con la linterna en la mano izquierda por si hubiese algún cruce con flechas que localizar, aunque en el segundo giro que hacíamos en la subida, el bosque se abría y las copas de altísima vegetación dejaba entrar perfectamente la claridad cada vez más asentada. En poco más de diez minutos estábamos cruzando la carretera de peaje por un paso elevado, para posteriormente descender retornando en dirección opuesta por el lateral contrario de la autopista e incorporándonos a una calzada paralela a la carretera nacional, la misma que poco más adelante cruzamos para tomar un camino asfaltado perpendicular que nos alejaría definitivamente del ensordecedor ruido del tráfico rodado… algo que cuando se está en modo peregrino se percibe perfectamente, no así en el ámbito cotidiano.
La jornada de hoy se intuía fácil por distancia, aproximadamente 15 km, unos dos menos que ayer. Además después de la jornada idílica del primer día, llanita, de grandes trechos de mullidos senderos de tamuja y tierra húmeda que surcaban frondosos bosques, presuponíamos que tan solo la temperatura podía ser el principal escoyo. A medida que íbamos avanzando, distanciándonos de la urbe y todo su entorno industrial, la mañana se iba convirtiendo en día al compás que marca siempre el sol sobre un cielo despejado mientras gana altura y la temperatura notábamos que también iba ascendiendo. Empezábamos a sentir la necesidad de despojarnos de la chaqueta e ir remangando los pantalones (en mi caso), Marian, como buena previsora, ya partió con pantalón corto. Cuando llevaríamos 4 0 5 Km, poquito más de una hora de camino, tras una fuerte subida al inicio del Consello de Mos, en un raso que había a la izquierda junto a la carretera comarcal que nos guiaba, hacíamos la primera parada para que Marian cambiase su chaqueta, sustituyendo la que le cubría hasta ahora, una sudadera deportiva cálida, por otra que llevaba en la pequeña mochila, más fina y ligera, casi un cortavientos de poliéster de tacto agradable, de esos que abrigan pero no dan calor y además no pesan… un invento, vamos! Yo continuaba con la chaqueta, ya que en las zonas soleadas se empezaba a notar calorcillo, pero en las sombreadas no sobraba y menos si corría un pelín de aire, además que yo soy “blandito de garganta” y lo sé!
Reanudábamos la marcha coincidiendo con 3 grupetos de peregrinos; lo que parecía un matrimonio de jubilados con un hijo bien metido en los treinta y tantos (españoles), una señora que de apariencia no era española, desconocíamos su nacionalidad, pero Marían se aventuraba a vaticinar que era… profesora de Historia del Arte, ¿qué por qué? Pues porque le ha dado por ahí… cerca de ella, pero creemos que no con ella, iba un señor que solo portaba una pequeña mochila de cuero, aparentemente casi vacía, de la que únicamente colgaba una vieira que se bamboleaba a su espalda de un lado a otro casi golpeando al ritmo de sus pasos alternativamente cada una de sus nalgas… ahí me he lanzado yo y he dicho… “ese es un cura o similar”… Marian me ha preguntado el por qué y mi respuesta ha sido, pues porque sí, igual que ellas es profesora de Literatura… y de inmediato me corregía… “DE HISTORIA DEL ARTE” que es distinto, y yo he dicho… .-“pues a mí me parecen igual de rollo”-. Ya! Soy así de bruto, pero mi recuerdo es que me aburrían tanto la Historia como la Literatura… y lo del Arte… a mí el arte que me gusta es otro bien distinto, el arte del Sur… perdonad mi atrevimiento, pero lo que es, ES! mal que me pese. Además de la pareja de procedencia desconocida pero ubicados en vocación y profesión, acaba de pasar junto a nosotros, mientras hacíamos el cambio de indumentaria, una pareja de alemanes con los que ya habíamos coincidido el día anterior en el “parador” donde desayunamos.
Así en fila, unos ratos unos, otras veces otros por delante hemos ido avanzando por calzadas comarcales, atravesando pequeños grupetos de casas unifamiliares a ambos lados de ella, con distinto aspecto y apariencia, unas más lustrosas otras menos (las más), con algo en común en casi todas ellas… el tamaño!, todas o casi todas, eran casas enormes, de dos o tres plantas, con unos 100, 150 o más metros por planta!!! de verdad!!! No exagero y con algo más en común; el granito! La gran mayoría lucen una fachada mayoritariamente de granito y casi el 100% están cercadas con planchas de granito! Nos adelantó el taxista que nos llevó de Vigo a Tui que en Porriño hay una cantera de granito que desde hace muchos años abastece a la zona y que hace unos años encontraron cerca un yacimiento de mármol… pero al parecer no era de muy buena calidad y además no compensaba su extracción… el caso es que estábamos avisados, pero lo del granito en esta zona es alucinante! Hay por todas partes, se ve que desde hace décadas se emplea para todo lo que en otras zonas se utiliza la madera o el hierro, por ejemplo para guiar las viñas, para cercar las tierras, como base para adarves… hasta la zahorra que cubre algunos caminos es de granito…
En fin, el día iba de durezas… la del granito, la de la temperatura y sobre todo la del asfalto!!! Hoy casi la totalidad del camino lo hemos hecho por asfalto, salvo el tramo al inicio para evitar el nudo con la autopista y un par de pequeño tramos para atravesar dos pequeños bosques de pinos y eucaliptus, el resto ha sido asfalto, aceras y más asfalto… y muchas casas, todas grandes, con grandes terrenos delimitados por el granito, muchas de aspecto humilde, otras “casoplones” que dan que pensar si todas serán producto de ingresos declarados o ganados legalmente…
No ha faltado el alto para el almuerzo, aproximadamente cuando llevábamos recorridos unos 9 o 10 km, después de unas dos horas y media caminando, y habiendo hecho ya pequeñas paradas para beber agua o quitarme la chaqueta y remangar los pantalones. Al jamón y al chorizo lo hemos dado salida sentados en un banco, a la sombra de un castaño, de espaldas al camino, junto a un pequeño parque infantil del Concello de Mos, acompañados de un gato y un perro que seguramente acuden cada mañana al mismo banco donde posiblemente los peregrinos hacemos parada de descanso y avituallamiento, por estar próximo a una máquina de vending, y al final de una larga subida. Tras el pequeño almuerzo regado con el tinto Mencía volvíamos al asfalto y tranquilamente pasito a paso, con solo alguna parada para aliviar aguas menores, avanzábamos en una jornada sin grandes deleites, con calor y mucho, mucho asfalto…
Como en el kilómetro 14 o 15 empezábamos un fuerte descenso viendo al fondo una población importante e intuíamos que se trataba de nuestro destino. Al que finalmente llegábamos a las 13:30 tras una importante bajada de más de kilómetro y medio, no sin hacer una parada al principio de la larga recta de entrada, en un bar, para echar una fría estrella de Galicia y hacer más llevadera esa monótona entrada a nuestro destino de hoy. El albergue A conserveira en REDONDELA!
Y mañana más! Gracias y BUEN CAMINO!