Camino Portugués 2018 · 6ª jornada (2ª)

Eran las 06:54 cuando nos hacíamos el selfie previo a la última jornada. Teníamos por delante aproximadamente 25 km hasta llegar a Santiago. Salíamos más temprano que nunca y preveía que llegaríamos también más tarde que ningún día.

Como todas las mañanas empezábamos a caminar con ilusión, alegría, entusiasmo y llenos de vitalidad, los achaques y dolencias acumuladas apenas tenían protagonismo. Los primeros pasos los dábamos junto al río y a diferencia de días anteriores, la sensación térmica no era de fresco sino de frío, además, soplaba un vientecillo que acentuaba la sensación sobre las mejillas y la punta de la nariz. Partíamos del Hostal Flavia habiendo tomado únicamente un kiwi, las dos cafeterías que escoltaban el portal de acceso a la casa de pisos que albergaba el hostal estaban aún cerradas a cal y canto, lo cual fijaba el primer objetivo del día.. encontrar un bar, cafetería o pastelería donde echar un café y una tostada. Después de andar no más de diez minutos, al final del paseo arbolado que hay junto al río y que preside en un extremo una estatua del célebre Camilo José Cela sentado y al final del mismo, frente a este, otra de Rosalia de Castro, a la derecha encontrábamos una cafetería abierta. Hacíamos la parada y cubríamos el primer objetivo con dos tostadas, un con leche y un cortado.

 

 

En aproximadamente veinte minutos estábamos nuevamente caminando, yo portando una braga al cuello que prudentemente me puse a la salida de la cafetería una vez visto como se presentaba la mañana, Marian también recurría al impermeable amarillo, no se preveían lluvias pero venía bien como cortavientos. Salíamos de Padrón callejeando y buscando las indicaciones que nos embocasen en el camino, flechas y vieiras, que en este Camino portugués son menos numerosas que en el francés y en alguna ocasión hacen dudar sobre si se está yendo por el correcto. De hecho unos metros más adelante nos encontrábamos con una peregrina que desandaba creyendo haberse equivocado al no encontrar durante metros ninguna señal que confirmase iba por el camino correcto. Nos preguntaba si estábamos seguros de que era por allí y asentíamos aunque para corroborarlo, preguntábamos a unos jóvenes que justo acaban de aparcar y se bajaban del coche aparentemente para ir a trabajar en una nave que había junto al lugar estacionado. Ellos nos confirmaban que efectivamente ese era el Camino.

Desde el Camino de 2017, cada vez que comenzamos a andar siendo aún noche cerrada llevo en la mano izquierda la linterna, principalmente útil para poder localizar esas pequeñas flechas estratégicamente pintadas sobre multitud de superficies, en el dorso de señales de tráfico, farolas, columnas, en la esquina de una casa, bordillos, el propio asfalto, una piedra o el tronco de un árbol… cualquier sitio o superficie sirve como improvisado lienzo y viene de maravilla al peregrino para confirmar que sigue el Camino. Esa misma linterna es con la que ya fuera de las zonas alumbradas por farolas, cuando el firme no es liso o estable y el cielo no envía claridad suficiente para ver donde se pisa, iluminamos el sendero un metro por delante y nos ayuda a pisar con más confianza, evitando posibles charcos, barro, piedras o hendiduras del propio terreno.

Como es habitual en casi todos los pueblos, a las a fueras suele estar el cementerio, en algunos casos el Camino pasa junto a ellos, como en el caso de Padrón, donde aunque quizá haya otro cementerio más grande, el Camino pasa junto a uno que llamó nuestra atención porque a diferencia de la mayoría, en la que los muros evitan ver su interior, a lo sumo se puede observar la cruz en la parte más alta de algún panteón o similar, además de los cipreses y la capilla o iglesia en muchos de ellos, en este cementerio el muro se alzaba desde el suelo no más de un metro dejando al descubierto su interior con la iglesia al fondo… mi impresión de primeras fue la de asombro al tiempo que me parecía una gran ocurrencia, ya que bajo mi punto de vista no se oculta, da visibilidad y con ello normaliza o des dramatiza lo que es algo inevitable… no se esconde el destino final. Me quedé contemplándolo un instante e hice alguna foto al encontrarlo incluso como una bonita estampa. Algunos ya sabéis… esas cosas raras que tengo!

 

 

Seguía sin atisbarse claridad alguna en el cielo, de hecho, una vez que dejábamos atrás la pequeña pero notable contaminación lumínica de Padrón, se podía contemplar un cielo perfectamente despejado y estrellado, hubo una imagen que solo pude captar con la vista, no con la cámara del móvil, y que enseguida quise compartir con Marian… era la Osa Menor, la teníamos justo enfrente, encima y el asa del carro señalaba el sendero que íbamos siguiendo… no deja de ser una casualidad, algo intrascendente pero que poderlo contemplar tan claramente y sobre el camino a mí me emocionó… simplemente. Las estrellas se fueron difuminando al tiempo que los primeros tonos de azul oscuro aparecían en el cielo, casi a las ocho, e iba paulatinamente tornándose azul menos oscuro cada minuto hasta que a las ocho y veinte el cielo ya era azul marino claro y la claridad permitía localizar las señales del camino y el propio camino, ya no volvería a ser necesario usar la linterna en esta ocasión, mañana volvería a amanecer pero nosotros ya no estaríamos contemplándolo en el Camino.

 

 

El ritmo era bueno, cierto es que casi todo el recorrido hasta el momento había sido por asfalto, pero la motivación nos lo hacía llevadero, incluso entendíamos y justificábamos que la última jornada fuese así, sobre asfalto o piedra, pues imaginábamos como debería ser este recorrido llegando a Santiago después de todo lo acumulado, lloviendo, como es frecuente, y sobre un terreno embarrado… suponíamos que en tales circunstancias lo último que se quiere es pisar otra cosa que no sea asfalto… aunque sea mojado, muy mojado o encharcado… llevábamos ya andando más de dos horas y el ánimo seguía en prefecto estado, así como todos y cada uno de nuestros músculos, ligamentos, articulaciones y huesos… no había rastro de lo que se había padecido el día anterior ni el de antes para alcanzar el deseado destino. Estaba claro que estábamos mentalizados de que la jornada iba a ser larga y había que tomárselo con filosofía y tranquilidad, haciendo cuantas paradas fuese necesarias, más que para descansar, para aliviar momentáneamente los posibles dolores que pudiesen ir apareciendo y que sabíamos que muy probablemente llegarían. A las 10:20 acordábamos hacer una parada para almorzar y de momento descansar un poco… ya que aún seguía sin haber dolor… eso era una buena señal, aunque desde hacía aproximadamente dos kilómetro el ritmo había aflojado un poco. A las 10:40 parábamos en un poyete a modo de banco de piedra que debía llevar junto a la fachada de una casa los mismo o más que ella. Allí dábamos fin de las reservas… terminábamos con el jamón, el chorizo, pan y el tinto Mencía que tan ricos nos han sabido y tanta energía nos ha dado durante estos días en el delicioso momento del almuerzo, que hemos hecho en el propio camino, donde mejor nos ha pillado y que siempre miraban los peregrinos que nos veían en plena faena, la mayoría con una sonrisa, alguno incluso con cierta envidia le hubiese hincado el diente al jamón o chorizo y dado un trago a la botella de vino. Una vez recogido todo y Marian nuevamente calzada y dispuesta, cargábamos mochilas, trincábamos palos y a seguir caminando. Las viandas habían hecho su efecto, teníamos la pila tan cargada que sobraba hasta una de las capas… Marian se despojaba del cortavientos y yo de la chaqueta, además el sol aunque no calentaba, había templado la mañana y se agradecía. Hasta poco antes la sensación era de fresquito agradable.

Seguíamos avanzando pero más lento, aún faltaban en teoría unos diez kilómetros, pero  poco a poco, Marian había cambiado el ritmo y el rictus, se le notaba esa sensación de pesadez en el caminar que ya había visto en días anteriores. Enseguida le propuse parar para que se descalzara y quitase los calcetines. Que se masajease un poco las plantas de los pies, la base de los dedos donde empezaba a sentir los calambres, el puente, el talón, el empeine… todo! No había prisa, lo importante era que aliviara la dolencia, de otro modo iría a más y acabaría teniendo que parar con una lesión y teniendo que recurrir a un medio de transporte dando traste con el objetivo de llegar a Santiago Caminando como era su deseo y el mío. En diez o quince minutos estábamos nuevamente caminando, mucho peor que cuando empezó a las 06:54, pero mucho mejor que justo antes de parar… íbamos despacio pero íbamos avanzando. La distancia que faltaba para llegar a la Plaza del Obradoiro, marcada en los mojones bajo la vieira y la flecha, descendía cada vez más despacio… pero descendía. La operación de parada, descalzar, y masajear se repetía, al principio casi cada hora. Marian dudaba de si finalmente podría llegar andando a Santiago. Hubo alguna parada que tuvimos que hacerla poco más de media hora o tres cuartos de la anterior…  pero avanzamos y por sus propios y doloridos pies… hasta que por fin, llegábamos a las afueras de Santiago, estábamos aún como a seis kilómetros de la Catedral, pero ya estábamos más cerca… al lado de un polideportivo que tenía cafetería exterior, con al menos 10 esplendidas mesas, era la una menos cinco y era un lugar extraordinario para hacer una parada! Algo en lo que todos los peregrinos creo coincidimos… no cabía un alfiler en la terraza… pero por suerte, dentro, aunque también había muchos peregrinos ocupando mesa, había dos mesas libres al fondo, obviamente son las últimas que se ocupan, cuanto más cerca mejor viene para no dar un paso más. Allí fuimos, nos sentamos, Marian se descalzo nuevamente, apoyó sobre el frío terrazo los doloridos pies, esos talones que llevaban un buen rato martirizándola y que parecían estrangular las terminaciones nerviosas en cada pisada. Momentáneamente parte de sus males parecían anestesiarse levemente… pedimos un refresco con gas para ella y para mí una cerveza, también fresca y con gas, y un plato de espaguetis boloñesa… aprovechamos para descansar y para enviar un selfie a la familia para que supiesen que aún la batalla no había concluido pero seguíamos en liza y con el firme propósito de ganarla.

Después de algo más de media hora, nos recomponíamos y salíamos dispuestos a terminar la jornada llegando a Santiago caminando, aunque para ello hubiese que hacer las paradas que fuesen necesarias… y las hicimos, hicimos hasta tres paradas más, todas siguiendo el mismo protocolo, parada para masajear con crema las plantas, hundiendo levemente y girando los nudillos en los talones y en la almohadilla delantera, estirando los dedos suavemente hacia arriba… en cada parada hacíamos lo mismo pero mentalmente cada una de ellas hacía más mella en mi rubia, que cada vez con más dudas sobre si sería capaz de terminar, volvía a calzarse y reanudaba la marcha con notable mejoría pero con ganas de terminar de una santa vez… la última parada la hacíamos ya sabiendo que era eso, la última, estábamos en las calles de Santiago, y no faltarían ni dos kilómetros para llegar a la plaza de la catedral. A las 15:40 alcanzamos el parque de la Alameda, e inteligentemente a la vez que por necesidad imperiosa, decidíamos cruzar el parque y dirigirnos al Hostal Alfonso, para después de más de 28 Km caminados y casi nueve horas desde que salimos de Padrón, dejar las mochilas, ducharnos, cambiarnos y ya, en chanclas, alcanzar el destino.

 

 

A las 16:45 pisábamos la plaza del Obradoiro, nos mirábamos, abrazábamos, besábamos, fotografiábamos y contemplábamos la preciosa y recién restaurada fachada de la Catedral, para luego dirigirnos a su interior, abrazar emocionados al Apóstol y darle gracias por todo. Por último, hemos ido a recoger la Compostelana, pero en vista de la larga fila de peregrinos que estaban esperando para recibir el certificado que acredita que se ha hecho el Camino, lo hemos descartado, de sobra sabemos que lo hemos caminado y no teníamos cuerpo para estar esperando en pie, ni diez, ni veinte ni mucho menos más de treinta minutos para obtener el título oficial…

 

 

El resto ha sido darnos el gustazo de comprar algún pequeño detalle, unos décimos de lotería para la familia y darnos un merecido homenaje de productos típicos de la tierra, perdón, quería decir del mar…

Para finalizar diré que este ha sido el Camino de Marian! Sin duda, ha sido una campeona, ha caminado los 131 Km desde Tui, con una media de casi 22 km. diarios… admirable! Yo solo la he acompañado, encantado de hacerlo y de apoyarla en sus momentos de flaqueza para llegar por tercera vez a Santiago de Compostela, una como bicigrino y dos como peregrino, las tres veces alojarme en el mismo Hostal Alfonso, las tres veces llegar con las mismas zapatillas y las tres veces llegar a la plaza de Obradoiro junto a ella, mi compañera de vida! Te quiero, mi vida!

Gracias, Santiago! y hasta la próxima!