1ª Etapa de nuestro primer Camino
Astorga · Rabanal del Camino (6 de julio 2009)
Después de haber pasado una noche “regulera”… tras una cena algo copiosa para lo que acostumbrábamos, además de los nervios y emoción que, ante lo que nos esperaba por delante, nos hicieron pasar una noche “raruna”, al menos a la pareja que lideraría, por edad, el escueto pelotón…
Una vez realizada la rutina mañanera de aseo, llegaba el momento de uniformarse para afrontar la que sería primera etapa de poco más de 20 Km que nos llevaría hasta Rabanal del Camino. Solo quedaba desayunar y guardar debidamente las pertenecías de cada uno, algo que había sido minuciosamente seleccionado para cargar exclusivamente con aquello que fuese necesario, teniendo en cuenta que contaríamos únicamente para portarlo, con unas alforjas dobles amarradas en la bici de Alicia, más las tres ancladas a ambos lados y sobre la rueda trasera de mi veterana Bianchi, además de una pequeña cesta en el frontal de ésta y un nimio cofre trasportín asido a la tija del sillín de la montura de Carlos. Esto haría las veces de “caja de herramientas” para posibles improvistos y emergencias.
Bien es cierto que la distancia a la que nos enfrentábamos, en este primer día de contacto con el Camino, era más que asumible, aunque mentalmente, no para todos del mismo modo, ni previsiblemente con la misma solvencia… Cerrábamos por fuera la puerta de lo que había sido nuestro Cuartel General antes de esta primera batalla, El Descanso de Wendy, un apartamento, muy digno, del que dimos uso a dos de sus habitaciones, el baño y la cocina para el primer tentenpié del día.
Inmortalizábamos el momento… ¡la primera foto! Carlos y Alicia a lomos de su inseparable compañera durante los próximos 265 km, Marian sujetando, por el manillar, su bicicleta «vintage», edición especial de Decathlon, una btwin 1976 con cambio interno en el buje, de solo tres velocidades y “muy ligera” que solo pesaba, más menos, ¡un quintal…!; y mi ruda Bianchi, con toda su carga bien asegurada, recostada sobre el coche de Alicia, que junto al de Marian, quedarían aparcados a puertas del Descaso de Wendy esperando nuestro regreso…
Partíamos a primera hora de la mañana, a una hora no intempestiva. El tener que hacer los primeros kilómetros por carretera y contando con que la distancia no era larga, hizo decantarnos por iniciar a rodar una vez que el sol era visible, al igual que nosotros, en fila india, para los conductores con los que compartiríamos calzada en principio.
Salimos de Astorga siguiendo algunas indicaciones recogidas el día anterior en la guía de bolsillo que llevábamos y tras ojear el mapa. Ya en la carretera y habiendo dejado atrás Astorga, pronto encontraríamos el primer hito o mojón del Camino que nos indicaría la senda que debíamos tomar, y alejaría del tráfico motorizado, adentrándonos en un camino que surcaba los campos leoneses. La primera etapa se antojaba sencilla. Aunque la ruta era ascendente, apenas era perceptible, el desnivel de no muchos metros, se hacía a través de una subida muy tendida. La temperatura acompañaba, era un día despejado sin nubes, sin calor, un día maravilloso como inicio de nuestro Camino…
Pedaleábamos a un ritmo acompasado, tranquilo. Excepto Carlos, claro, que producto de su jovial juventud, y de sus ansias por demostrar que podía con esto y con todo lo que le echasen, esprintaba absurdamente de manera casi continua, para luego tener que esperarnos unos cientos de metros más allá. Todo iba “sobre ruedas”… hasta… ¡Oh!¡vaya…!, Alicia hace un gesto inequívoco… y al llegar a su altura me dice con voz de incredulidad… .-Rafi, creo que he pinchado-. Efectivamente… había pinchado, concretamente la rueda delantera de su recién estrenada monísima bici del Decathlon… ¡joer! (pensé) no llevamos ni 8 Km de los más de 260 que tenemos por delante y ya tenemos el primer contratiempo, ¡la primera avería!.
¡Menos mal que íbamos bien pertrechados! llevábamos la caja de herramientas en el trasportín de Carlos. ¡Manos a la obra!, sencilla maniobra de rigor en estas ocasiones, invertir la bici, sillín y manillar al suelo y ruedas arriba… ¡ops! las alforjas… ¡coñe! Empecé mi monólogo particular: .-hay que desmontar las alforjas… ¡joer!, ¡vaya tela!. Pues anda que la que hay que liar para arreglar un pinchacito de nada… ¡Alforjas fuera! Venga, a desmontar la rueda… Carlos! dame, por favor, la llave para quitarla tuerca del eje de la rueda!.- llave en mano, cuando me dispongo a aflojar… los ojos se me abren del tamaño de antiguas monedas de 2.000 pesetas, al tiempo que blasfemo diciendo… .-¡¡¡no puede ser!!! pero, ¿como es posible que la tuerca de la súper bici nueva de Ali no tenga el mismo paso de llave que el resto???, ¿como puedo haber sido tan gilipollas de haberlo comprobado antes…?, ¡la leche!, ¡pues sí que empezamos bien…!.- decía, al tiempo que me acordaba de mi madre, como suele ocurrir cuando hay problemas… concretamente lo hacía diciendo en buen tono y volumen: ¡la madre que me pario!.
Por suerte, tras conseguir el sosiego al que el resto de la expedición me invitaba a alcanzar desde hacía poco minutos, dí con la sencilla solución, tan sencilla era, que tenía y que haber sido a la que debí recurrir desde el primer momento, y que me hubiese ahorrado, además del mal rato y calentón, tener que quitar las alforjas y hacer la maniobra de voltear el cuadro… Todo pasaba por acoplar a la válvula de inflado de la rueda, el racor del spray antipinchazos e inyectar el contenido de uno de los cuatro botes que llevábamos por si acaso… ¡en fin!, un pequeño mal rato por no pararme a pensar, en lugar de abalanzarme a hacer lo que siempre había hecho ante un simple pinchazo.
El Camino empezaba a instruirme…
Una vez colocada nuevamente cada cosa en su lugar (alforjas, caja de herramientas y mis nervios), tras el primer “pis” de la que suele decir eso de: -. “yo es que bebo mucho agua”.- reanudamos la marcha, para pronto llegar a un pequeño pueblo, Santa Catalina de Somoza, que aproximadamente estaba a la mitad del recorrido planificado para el primer día. En la travesía, por la que avanzábamos y que partía en dos «el pueblin», avistamos un “barucho” a la derecha; fue la primera parada para echar un refresco, agua o botellín, según gustos; en mi caso sirvió para diluir el mal sabor dejado por la anécdota padecida hacia un par de kilómetros… en poco menos de diez minutos estaríamos de nuevo pedaleando y, al poco, atravesando la pequeña población de El Ganso y no tardando mucho llegábamos a Rabanal del Camino, donde haríamos parada. Pasaríamos noche y repondríamos las pocas energías gastadas para hacer frente, al día siguiente, a la etapa que nos llevaría hasta Ponferrada, pasando por el primer alto significativo, el alto de la Cruz de Ferro (1500 m) en Foncebadón.
Después de hacer la entrada en el lugar reservado, La posada de Gaspar, de aligerar las monturas, soltando alforjas, y guardar las bicicletas en el lugar reservado para tal fin; una duchita, que quitaría más polvo que sudor, nos calzábamos las chanclas y ropa de calle. Solo faltaba ir a comer…
Dedicaríamos la tarde a dar una vuelta por el pueblo, visitar lo poco que había… la iglesia y poco más, y disfrutar de la buena tarde en el pequeño y acogedor patio de la posada. Fue aquí, en este sencillo pero coqueto rincón de Rabanal del Camino, donde Marian nos trasladó la ocurrencia que había tenido,.Sin yo saberlo, a la postre, marcaría cada una de las jornada de mis Caminos…
Dijo Marian: -.¿qué os parece si escribimos cada uno en una hojita cuatro líneas de lo que destacaríamos, lo que más nos ha gustado o simplemente una reflexión del día vivido hoy?.- la pregunta dio paso a los hechos y desde aquel momento, cada tarde, lo hicimos, cada uno a nuestra manera, en un par de pequeños cuadernitos que guardamos ¡como oro en paño!, en nuestra «caja fuerte de los tesoros», junto a las cuatro primeras credenciales repletas de los distintos sellos recogidos durante el trayecto que nos llevó, desde aquel mismo día, de Astorga, hasta nuestra llegada, unos días después, a Santiago de Compostela…
Y… otro día, más. ¡Buen Camino!