Camino PORTUGUÉS · 1ª jornada
1ª jornada Camino Portugués 2025
Oporto – Vilarinho
VALOR
Camino «distinto». Todos los son. Incluso siendo el mismo sendero, cada Camino es un mundo, y ninguno es igual a otro.
Siempre hay variables que hacen cada Camino único, para bien o para mal, distinto de los anteriores. Desde la estación del año, hasta las condiciones meteorológicas, pasando por el estado de ánimo de cada caminante peregrino.
Mi primera noche en el Camino, la que precede a los primeros pasos, esa noche que llego al punto de inicio, siempre ha sido de emoción, prisas por que amanezca y nervios contenidos, lo que viene siendo ansia viva por empezar a caminar, que me hace pasar esa noche en un duermevelas, pendiente de que llegue la hora para echarme al camino, incluso antes de que claré.
Siempre hay una primera vez para todo, y esta lo ha sido para dormir como un bebe…
Quizá sea por el cambio horario, en Portugal rige el mismo que en Canarias, quizá por el jet lag tras ocho horas de vuelo rasante en el bus de ALSA, o a lo mejor es verdad que soy una persona nueva, o posiblemente puede que por un poco de todo. El caso es que me enfunde en el saco 20:45 (hora local), la verdad es que es mi hora habitual a diario en casa (21:45 hora española), y no he abierto el ojo hasta las 04:48. En ese momento, entre el desajuste y falta de control horario, el aturdimiento, y el silencio que me proporcionaban los tapones que, avispadamente, me acople en cada oido cuando me acoste viendo el panorama que me rodeaba… el caso es que me di media vuelta y hasta las tantas…
Al abrir el ojo de nuevo he visto que clareaba por los balcones de la habitación y, de un respingo, me he levantado y puesto a «laborar». Una vez cumplido el protocolo diario de aseo y quehaceres, un trago de agua para pasar el Ebaste siendo previsor, para prevenir ataques de alergia… mochila a los hombros, bordón en la mano y a cerrar la puerta por fuera del muy acogedor, tranquilo y bien gestionado albergue de peregrinos de Oporto (un nueve alto para los hospitaleros) 😉
A las 06.20 (siempre hora local), hacia la habitual autofoto para enviar al grupo familiar y comenzaba a recorrer esta primera jornada del Camino Portugués, junto a mi lo hacia otro peregrino del cual solo puedo decir que llevaba un cortavientos de color naranja y creo que pantalón corto. Yo, después de enviar la foto, me centraba en ascender por la calle que me tenía que llevar a coger la rúa 9 de Julho y luego, siempre en línea recta, la rúa Montes dos Burgos, que según había leído me irían adentrando en el Camino Central mientras dejaba atrás la bella ciudad de Oporto.
La jornada de hoy, salvo dos o tres curiosidades, no ha tenido grandes cosas que reseñar. Como toda salida caminando de una gran ciudad, suele ser tediosa, monótona y carente de encanto. Muy urbana, muchas aceras, asfalto o el pavé típico portugués, adoquines de granito con el que pavimentan de manera habitual y que sustituye al asfalto en calles y carreteras secundarias. Hoy me he hartado de pisar pavé, tanto las carreteras como las calles como las aceras, son iguales, solo las diferencia el tamaño del adoquín. A la vista puede resultar mono, lindo, curioso… pero es agotador por ser abrasivo, muy irregular de pisar, ademas de provocar una contaminación acústica extrema con el rodar de los vehículos. Vamos que ha sido una jornada nada agradable, ni para la vista, por falta de paisajes, ni para el tacto (la planta del pie lo sufre), ni para el oido, al menos para los míos que llevan la amplificación de los audífonos… pero era una etapa que había que hacer, y se ha hecho!
Llevo recorridos unos cuantos Caminos, una pila de kilómetros caminados, pero siempre por suelo español, salvo aquel inicio del Francés en Saint Jean Piedad de Port en diciembre del 16, siempre han sido caminos en España. Hacerlo por Portugal, en principio, no conlleva grandes variaciones, la dinámica es igual de sencilla, además es como lo de montar en bici, que no se olvida, primero un pie y luego el otro y así, pasito a pasito, hasta llegar a destino, eso no cambia, todo lo demás… un poco.
Cada ciudad tiene su morfología, por mucho que se parezcan entre si, suelen tener multitud de puntos en común, cada zona tiene su particularidad que le hace diferenciarse de su vecina. En España es muy notable, por ejemplo, poco tienen que ver las zonas de extra radio en Navarra, con las de Burgos o Pontevedra, Incluso dentro de una misma comunidad autónoma. Las de Lugo son distintas a las de A Coruña, no sé si es evidente a los ojos de los demás, pero yo si percibo claramente las diferencias cuando camino por ellas, y mola, es como un pequeño ADN, un sello particular, un distintivo… esto mismo ocurre incluso sin salir de Madrid capital, depende el barrio, de la zona, las construcciones, las aceras, el mobiliario urbano, el comercio, los escaparates, varían… es más varía incluso la vestimenta, la indumentaria, el ropaje… perdón, el outfit… dependiendo de la zona por la que te muevas en el propio centro de Madrid; no es lo mismo como viste uno/a que vive en la zona de Chamberí, que el que vive en Salamanca o en Malasaña, es muy curioso, pero cierto…
Pues, volviendo al Camino, aquí, en la jornada de hoy, todo eso se percibe en cada rincón, en cada esquina, cada calle, comercio, edificación, incluso en algún caso en el parque móvil. Hay vehículos que en España no se ven… una simple Pick up de las que circula por aquí, en España no se conoce. También me ha llamado la atención alguna motocicleta y ciclomotor, de los que hace años si se veían en nuestro país. Pero lo que más me ha llamado la atención son las personas… y no solo en el outfit, no solo en el lenguaje o en el tono y musicalidad al hablar… aparentemente son distintos en su forma de ser, y tengo que decir que me gusta mucho como son.
Las dos o tres cosillas reseñables de la jornada de hoy tienen precisamente que ver con ellos, con alguno de los portugueses que me he ido encontrando.
El primero de ellos ha sido muy temprano, poco antes de las siete de las mañana, cuando caminaba por la larguísima rúa/carretera Montes dos Burgos. A penas había aún gente en la calle. Solo alguno, muy salpicado a ambos lados de la calle que esperaba en solitario en la marquesina de la parada del autobús urbano. Yo caminaba por la cera de la derecha y al acercarme a una antigua edificación, tipo palacete de tres plantas, rodeado de una gran zona verde, ajardinada, con setos de aligustre delimitando zonas de paseo e isletas de rosales, con imponentes y longevos arboles de distintas variedades, ficus elástica, magnolios, alguna conífera y palmera. En el centro la construcción que lucia de manera categórica, dentro de su evidente decadencia. El terreno estaba delimitado y protegido por un pequeño murete de granito sobre el que se levantaba un reja de gruesos barrotes de hierro verticales, con separación amplia que dejaba observar todo el interior. La entrada la formaban dos grandes puertas del mismo enrejado. Una sola entrada que supongo servia de paso para personas y vehículos. La puerta en ese momento estaba bien cerrada. Cuando estaba a la altura de la entrada, en el interior vi como una mujer que caminaba por uno de los paseos iba en dirección a la reja y, al llegar caminando por la acera, al estar a su altura, mientras la observaba, y ella a mi, me pregunta: «Do you speak English?», a Little, i speak Spanish, respondo. «Ah! Español! voy a pedirle que me haga un favor. ¿puede?». Diga ¿que necesita?. «Necesito que por favor me de cincuenta céntimos para poder tomar un café». Absorto, sin dejar de mirar esos ojos de un claro gastado, con mirada bondadosa pero inexpresiva bajo unas gafas atemporales, sacaba mi monedero de tacón lo abría y a través de la reja, le depositaba en la palma de la mano los sesenta céntimos que llevaba en monedas, me daba las gracias y deseaba buen día y buen Camino mientras ambos recogíamos la mano, ella se daba media vuelta, y yo, antes de continuar caminando, le decía, ya a su espalda, ¡bon día!
Los siguientes pasos los he dado con la duda de que sería aquel sitio. Por apariencia, y por lo vivido, a bote pronto, he pensado que era alguna especie de internado, no sé porque, pero la señora, vestida de calle y de aspecto sencillo, normal, en ese recinto cerrado, ¿cincuenta céntimos para un café?, no sé, pero no me ha costado nada dárselos, y doy por hecho que no era la primera vez que los pedia, y posiblemente lo habrá repetido al paso de cada uno de los peregrinos que caminan por esa acera y esa verja cada mañana. Curioso, simplemente curioso y anecdótico, ni bueno ni malo, cincuenta céntimos no es dinero y al menos yo, sin conocer su destino, se los he dado con gusto, quizá porque llevo el Roll de peregrino. Interesante el encuentro con aquella mujer tras las rejas.
Pasadas las siete y media, aprovechando una pastelería que había abierta en la acera por donde caminaba, he parado para comprar un mollete de pan. Sobre la marcha, al verla abierta, he pensado en comprar pan por si por la tarde me apetece estrenar y probar el chorizo picante y el trozo de jamón serrano que me compro Marian. De momento está sin catar. Ayer durante el viaje me conforme con un poco de fruta, un par de mandarinas, un plátano y una manzana, ademas de un sandwich de Rodilla que compre en la estación Sur. Por la tarde, como comida-merienda-cena me comí una mini baguette con pollo picante y queso, ademas de un ovo estrelado, lo que viene siendo un huevo a la plancha, eso y una cerveza bien fría fue todo lo que comí ayer. En el Camino me gusta cuidarme, menos cuando no miro y como lo que surge y me apetece, vamos que aquí no tengo reglas ni horas para comer.
En la panadería he comprado únicamente un mollete de pan de cereales. La mujer me ha dado a elegir entre pan blanco normal, de leche y de cereales, además me ha ofrecido sellar la credencial, lo cual he hecho con gusto, era encantadora, por último antes de pagar, me ha dicho que me iba a hacer un regalo, se ha agachado y ha sacado de una nevera una botellita de agua fría, me la ha regalado y ha dicho en un buen español “el agua siempre viene bien y nunca sobra al peregrino”. Sorprendido, buscando la trampa, he preguntado cuanto costaba y me ha dicho, treinta y dos céntimos… la he dado un billete de cinco euros, me ha dado las vueltas y le he devuelto la calderilla, es decir, dieciocho céntimos, lo cual me ha agradecido con un doble obrigado-gracias. Curioso, compro un panecillo que vale treinta y dos céntimos, me regalan una botellita de agua y dejo una propina para redondear hasta los cincuenta céntimos.
Ya en la segunda mitad de la jornada de hoy, muy poco antes de llegar a la plaza de Mosteiro, he visto salir a una lugareña por una portezuela que daba a un terreno rústico con un huerto y jardín, de su mano llevaba una cesta de mimbre, grandecita, repleta de preciosas flores. Ha cogido mi misma dirección yendo por delante. Hemos compartido el mismo trayecto durante escasamente doscientos o trescientos metros, pero no he tenido ocasión de verla la cara. Caminaba a un ritmo que me costaba seguir su paso, le he hecho un par de fotos a traición, por la espalda, y me limitado a seguirla intentando no perder comba… cuando he llegado a la plaza de entrada al pueblo la he soltado y me he quedado haciendo un par de fotos. Al retomar el caminar he podido ver que ella entraba por la portezuela de una cochera aledaña a una casa… fin. No ha habido más, ni palabras ni propinas, pero me ha llamado la atención el hecho de que haya ido a cortar las flores, supongo que para hacer un centro o un ramo, y sobre todo por la agilidad y la rapidez con la que caminaba.
Solo he tenido un encuentro más. Ha sido sobre las diez y media, cuando al atravesar el penúltimo núcleo urbano, Giao, he visto lo que parecía una frutería abierta en el otro lado de la calzada y me he acercado para ver si había alguna fruta que me llamará la atención o me dijera «Rafa, cómeme , cómeme”. Y si, allí fuera, en una de las cajas, entre las bananas, las manzanas y algunas verduras, en una caja de mandarinas, estaban un par de ellas insinuándose y dejándose querer… las he cogido y he entrado al local. Un colmado de los que hace ya unos años es difícil de encontrar en pueblos y calles de barrio de las ciudades en España, y además, regentado por una lugareña que atendía a una paisana y daba cháchara, en su acelerado y cantarín lengua lusa, a otras dos. Al entrar, mientras me miraban sin gran curiosidad, he saludado con un Bon día, a lo que todas me han contestado con la mismas y, la que estaba siendo atendida, me ha debido preguntar muy deprisa, y con muchos gallitos, algo así como ¿vos a querer es?, y he dicho en castellano tímido, “si solo esto”… la tendera me ha cogido las dos piezas, las ha pesado y me ha dicho, «cuarenta y oito céntimos», he tirado de monedero de tacón y he pagado con cincuenta céntimos. Por supuesto, he agradecido la gentileza de no hacerme esperar a que las atendiera con un enérgico, ¡moito obrigado! y me he salido por la puerta sin esperar los dos céntimos de la vuelta.
Me he comido las dos mandarinas, he seguido caminando a buen ritmo, sin grandes cosas que ver, por suelo adoquinado y por fin, cuando calculaba que me debía de quedar escasamente un par de kilómetros, he descubierto ante mis ojos un camino que salía hacia la derecha junto a una flecha amarilla que indicaba tenía que tomarlo y que me introducía en un pequeño bosque de eucalipto. Por fin iba a caminar sobre tierra, y además mullida por las hojas caídas… ha sido corto, pero lo he agradecido, poco más de diez minutos caminando por aquel sendero a resguardo del sol. No ha hecho calor, pero he tenido poca sombra. Hacia una temperatura fabulosa para pasear, sobre los 20º, pero caminar 24 kilómetros con la mochila a los hombros es algo más que pasear… y al final, el sol, al igual la lluvia por fina que sea, durante tantos kilómetros, calienta o empapa, y no es idílico…
Después de recorrer nuevamente una calzada adoquinada durante algo más de un kilometro, he llegado al destino, el Albergue casa de acogida Familia Vidal. Eran poco más de las once de la mañana (siempre hora local), cuando hacia la entrada, me enseñaban mi habitación y baño (ambos compartidos), así como las zonas comunes, zona exterior, piscina y un pequeño plano indicado donde está el único restaurante, el supermercado y las dos cafeterías/pastelerías, todo en un radio de máximo trescientos metros, vamos, lo que da de sí Vilarinho.
Después de estirar un poco, ducharme y vestirme, me he acercado al restaurante para almorzar, lo que viene siendo un desayuno-comida en toda regla. He caminado poco más de cinco minutos para llegar hasta el restaurante Castelo, la puerta estaba cerrada, en ella ponía el horario de comidas, «11:45 a 14:00», según mi reloj y teléfono eran las 11:48, he empujado la puerta pero estaba cerrada. A través de los criales se podía ver a gente al fondo, en la cocina. He vuelto a empujar, ahora con más energía, pero el resultado ha sido el mismo. Vaya, me he dicho, esta cerrado. Habréis visto que sobre todo soy muy observador y saco mis propias conclusiones, unas veces acertadas otras no. Esta vez estaba en lo cierto. Pues nada… girito para otear y… «voilà», una de las dos pastelerías al lado… venga, esperaré ahí que abran.
El local era frio y neutro como el tono del agente de decesos cuando te presenta el formulario a rellenar tras el vencimiento necesario de la póliza… ¿un café? ¿a esas horas? …me apetecía lo mismo que tener que llegar a ese momento con el agente, además, yo no soy de pastelitos… pero si soy creyente, y Dios aprieta pero no ahoga…. vamos, que he visto un grifo de Super Bock y he tenido que pedir una cerveja gelada, y así, y allí, he podido hacer tiempo… el que he tardado en tomármela mientras hablaba brevemente con Marian, unos cuatro o cinco minutos. He pagado. Uno con veinte. Y he vuelto al Castelo, y ahora si, no habida ni que empujar la puerta, estaba abierta, abierto de verdad.
Una casa de comidas de las que no abundan, pero que si he podido visitar en el Camino, en algún pueblo, muy puntual, en España, donde solo se tiene que elegir la bebida, la comida es la que hay, hoy tocaba frango. Perfecto! y para beber? venga, una cerveja, tampoco son horas de estar mezclando.
He comido sin una especial dedicación a la hora de emplatar, sin fusiones ni deconstrucciones… esto si, un buen plato combinado de pollo asado, arroz blanco (sin más), lechuga y zanahoria, con patatas fritas, tipo chips, pero recién hechas… plato + cerveza + café… oito euros.
Valor.
Perdonadme, pero algo no me cuadra… algo estamos haciendo mal, muy mal. Lo siento pero vivimos engañados. ¿Cómo es posible? de verdad! ¿como es posible que estando tan cerca, ten gamos esta diferencia de coste de vida? ¿que nos creemos y a quien creemos o hemos creído en España para haber llegado hasta donde estamos hoy? Mi generación, no te digo ya las anteriores, recordamos lo que era salir de casa con mil pesetas y volver a casa con dinero en el bolsillo. Es que es increíble como nos han tomado el pelo… seguro que me lo habéis leído u oido decir más de una vez, nunca olvidaré aquella campaña publicitaria del gobierno de turno que decía «no al redondeo» previa a la entrada del euro. Que poco tardaron en engañarnos nuevamente… todavía recuerdo la pregunta aquella al presidente del gobierno de la época y su respuesta «¿Cuanto cuesta un café? · ochenta céntimos».
Por terminar y no entrar en bucle, en España hoy no te tomas un café por cincuenta céntimos (sí los que me pido la señora de mirada difusa) ni en un vending de hospital… que decir de pagar una barrita de pan y una botellita de agua por treinta y dos céntimos… incluso dos mandarinas en una tienda regentada por musulmanes, hindús, o morenos sin procedencia conocida, cuestan ya un euro… ¿y un menú? aunque sea un solo plato combinado ¿por ocho euros?… perdonadme pero algo no funciona bien en España desde hace mucho tiempo, y lo sabemos, pero no hacemos nada más que tragar y tragar… y esto no es algo que ocurra desde hace seis o siete años… llevamos padeciendo un encarecimiento constante de la vida desde hace muchos, muchos, muchos años… con legislaturas de un color o el otro, ¿y qué? pues nada… porque antes solo había jurbol, pero ahora siempre hay una Europasión, una isla de los patosos, un avispero o una retuerta, una Sonso, Ana Posa Pintada o Toda la familia…
Que pena… y que triste. Desde la corta distancia que me separa de ahí, un solo ratito aquí, me ha sido suficiente para entender que no vamos bien, pero tampoco creo que sepamos cómo y que poder hacer… me temo que ahí, vivimos anestesiados.
Valor es una palabra con muchas y distintas acepciones… yo, personalmente, le doy mucho valor al hecho de poder venir al Camino, y no creo que se necesite tener ningún valor especial para ello. El Camino, sin duda, me hace poner en valor lo que tengo y también saber el valor de lo que obtengo, sea a cambio de dinero o simplemente por el hecho de estar aquí, en el Camino, lejos de lo que más valoro.
Y mañana… mañana más!